Por Ivette Estrada
Naufragamos en cotidianeidades repletas de incertidumbre, en charlas vacuas, nos ceñimos a realidades aceptadas mayoritariamente, ahogamos gritos de auxilio y acallamos las emociones verdaderas porque tememos que nos tachen de dramáticos o locos.
Nos lanzamos entonces a los caminos de cemento con una sonrisa educada bajo la mascarilla. Inclinamos levemente la cabeza en señal de saludo. Nos imponemos un silencio feroz respecto a expectativas, anhelos y querencias. Diluimos en nada las horas que sobran. Nos rehusamos a pensar, a encontrar el fondo de acciones, a escarbar las razones de reacciones y decisiones. Nos volvemos autómatas de una sociedad que tolera todo, menos que la dejemos inmersa en la autoreflexión.
Rehuímos, más que nada, a sentir. A sentir verdaderamente, a explorar los mil matices de las emociones, a redescubrir nuestra parte más vulnerable y auténtica, a enfrascarnos en nuestros propios miedos.
Huímos de la soledad y del silencio, so pena de encontrarnos con nosotros mismos. Damos por ello el desaparecer vivencias para que ya no tengan significados en nuestra vida. Asumimos que la historia de nosotros y los otros se reduce al momento que ahora vivimos. Nada de explorar el pasado, nada de verbalizar las inquietudes que rebasan el qué comeremos el día de hoy.
¿Por qué nos volvimos tan insulsos y superficiales?, ¿por qué se redujeron las conversaciones a meros intercambios corteses y sociales? Y más aún: ¿por qué olvidamos en la cotidianeidad quiénes somos y nos asumimos como seres llenos de contradicciones y capas superpuestas, dimensiones aún no halladas en las que habitamos y conforman nuestra esencia, creencias y realidades?
Adentrarse en uno mismo puede conducir a dolores no imaginados, a reabrir heridas que creímos superadas pero que son causa de reacciones instintivas y en apariencia insustanciales.
Así, hoy lanzo por nosotros una botella de auxilio a un imaginado mar. Un whatssap en el asfalto de las grandes ciudades donde se recrudece el hermetismo de quienes somos y lo que podemos dar. Porque aquí pesan los juicios que los demás tienen de nosotros, porque matar no es tan duro como que los otros atisben en nosotros ternura o desaliento, porque el triunfo se convirtió en un guiño a la envidia cuando debería ser disfrute pleno para todos, porque nos asumiríamos como seres con dones que sirven a desplegar el potencial de otros.
Otros que a la vez somos nosotros. Otros que son reflejo de nosotros y de nuestras ambivalencias, contradicciones y tropiezos, porque no nos atrevemos aún a explorar quiénes somos y que deseamos, porque rehuimos la vieja pregunta de por qué estamos aquí. Porque sabemos, de antemano, que la respuesta puede dejarnos azorados y limitaría el área de confort y supervivencia que hemos creado a través de los siglos, porque aún no podemos asumir que cada día, momento a momento, podemos hablar con Dios.
Lanzo hoy mi botella al mar. ¡Auxilio! Necesito platicar de los muchos seres que moran ahora en mi ser. Y antes de que des la vuelta y me tildes de dramática o loca, reflexiona sobre ti.