Por Ivette Estrada
El tiempo y los contextos que vivimos nos permiten encontrar otros significados del disfrute. Hoy, los largos tiempos del confinamiento nos enseñaron placeres nuevos y a veces no imaginados.
Así encontramos hasta 27 sabores diferentes del agua, captamos las capas superpuestas del silencio y podemos distinguir entre soledades momentáneas y perennes. Hoy hilvanamos minuciosamente recuerdos y nos sorprendemos de crear diversos significados a palabras desgastadas que rodaban por la vida como amor, vida y verdad.
El dolor de los otros lo hicimos nuestro, pero también la capacidad de resiliencia que ahora permanece junto a nosotros.
Volvemos a rencontrarnos con nuestras raíces y descubrimos que aunque mostremos torpeza en algunas actividades, poseemos una fuerza que avasalla pronósticos funestos y nos vuelve héroes: Dios nos guía. Y sólo con eso somos capaces de salvar nuestra propia vida y prodigar amor.
El placer, ahora, ya traspasó las frágiles paredes organolépticas y ahora está en los pasillos de la imaginación y las emociones, en los recuerdos y asociaciones, dentro de las remembranzas, en los tallos de las flores y hasta en la luna.
Pero al mismo tiempo, brinca a nuestra noción de Dios, cada vez más cerca y más nuestro.
El hedonismo está en nuestros ojos, en la luz que se filtra en las mañanas, en las yemas de los dedos cuando nos atrevemos a acariciar y amar, en la geografía del mundo y al comer pan e higos. El placer está en las voces de las hojas, en los cantos desperdigados de unos pajaritos criollos, en la textura de nuestras creencias y en la magia de nuestros padres y abuelos.
El gozo está en el barro, en las veces que soñamos, en los muchos días y noches que hablamos con nuestros muertos y nos cercioramos que no los perdimos.
El placer de nuestras horas está ya en la percepción de todo ser vivo, en la naturaleza y en ese regreso insólito a otras vidas, dejá vu que nos hace revivir la permanencia en el vientre materno y en otros tiempos lejanos ya idos.
Si. El placer está en todo lo que vivimos y en lo que imaginamos. En los consejos de mis ancestros, en las coincidencias o milagros, en las emociones con su vaivén de colores. Pero también en los atrapa-sueños, en las llaves y en los cofres. En las plantas, frutas y en las voces que exclaman poesías, palabras de amor o secretos encerrados en las cartas.
El placer ya dejó de estar en destinos exóticos y lejanos, a muchos kilómetros de nuestro hogar-refugio-oficina. Se alejó de los anaqueles y los pisos de venta y viene a los dinteles de la ventana, a nuestra mesa y a donde estamos. Ya no es mercancía, ni experiencia glamorosa y ficticia. Está en nosotros, dentro de los párpados.
¿Qué reporta placer ahora? Tal vez sólo respirar, orar y amar, sin rituales ni historias prefabricadas, de manera quizás insulsa para otros, pero llena de significados y sentido para cada uno de nosotros.