Constelación Andrómeda
Hace algunos días (mediados de julio), el amigo y colega periodista Carlos Ravelo despertó nuestra curiosidad en su columna En las Nubes, donde informó de manera escueta acerca de una reciente investigación que estableció un vínculo sorprendente entre el tamaño de la pupila y la inteligencia, e indicaba que es posible predecir el coeficiente intelectual aproximado de una persona simplemente midiendo sus pupilas.
Sin más datos, pero con interés en el tema, nos dimos a la tarea de buscar referencias al respecto y resulta que dicho trabajo se desarrolló en el Instituto de Tecnología de Georgia, una universidad pública de Atlanta, Georgia, Estados Unidos, donde un grupo de especialistas descubrió esa relación pupila-inteligencia por casualidad, pues el objetivo de su investigación era medir las dilataciones de las pupilas como un signo del esfuerzo mental que requiere completar tareas memorísticas, en un grupo de 500 personas de entre 18 y 35 años. La dilatación de las pupilas constituye un marcador de esfuerzo a partir de los años 60 y 70 del siglo XX, cuando el psicólogo Daniel Kahneman popularizó este parámetro, explicaron los autores del sondeo.
Al llevar a cabo el estudio, los integrantes del equipo de científicos, Jason S. Tsukahara (doctor en psicología cognitiva), Alexander P. Burgoyne (maestro en neurociencia cognitiva) y Randall W. Engle (doctor en psicología) se dieron cuenta de que los participantes con un diámetro de pupila más grande se desempeñaban mejor en las tareas de la memoria.
Este hallazgo los hizo variar el rumbo de su exploración, decidieron medir el diámetro de la pupila de los participantes y les pidieron que realizaran tareas de razonamiento, memoria y atención para determinar si existía alguna correlación entre el tamaño de la pupila y el rendimiento cognitivo.
El primer inconveniente que se presentó a los científicos fue el hecho de que los diámetros de las pupilas varían mucho de un individuo a otro, entre dos y ocho milímetros; sin embargo, encontraron el camino: pidieron a los integrantes que mirasen una pantalla en blanco durante un par de minutos antes de aplicar el examen con un rastreador ocular, un dispositivo que capta el reflejo de la luz en la pupila y la córnea mediante una cámara de alta potencia y una computadora que calculan el diámetro de la pupila. Los datos recogidos con el aparato permitieron a los psicólogos calcular el tamaño medio de las pupilas de cada persona y los resultados de la prueba arrojaron una clara conexión entre le inteligencia y el tamaño de la pupila.
Las pupilas de los mayores
Los especialistas Tsukahara, Burgoyne y Engle llegaron a la conclusión de que tener una pupila más grande significa también poseer una inteligencia fluida más alta; esto significa una capacidad de razonar y pensar de manera flexible al enfrentarse a nuevas tareas; el diámetro mayor se correlacionó asimismo con un mejor enfoque y memoria de trabajo o habilidad para recordar información a lo largo de un determinado tiempo, así como con el control de la atención, es decir, la capacidad para centrar la atención en medio de distracciones e interferencias. Esta búsqueda sugiere la existencia de una relación fascinante entre el ojo y el cerebro.
Una observación importante durante esta indagación fue que si bien el tamaño de las pupilas se asociaba de forma negativa con la edad de algunos participantes, la analogía entre el tamaño de la pupila y la destreza cognitiva se mantuvo incluso con los de más edad que las presentaban pequeñas y contraídas. El estudio fue publicado en junio pasado por las revistas Scientific American, Science Direct y Cognition.
Como este es el primer análisis que establece el nexo entre el tamaño de la pupila y la inteligencia, el siguiente paso será determinar de qué manera están vinculados los dos.
Otras investigaciones han indicado que el área del cerebro que ayuda a consolidar la información se llama locus coeruleus y su función es producir la hormona noradrenalina (norepinefrina en el cerebro) y es la misma que hace entrar en acción a los seres humanos y pensar de manera eficiente en situaciones estresantes.
Esta zona cerebral influye en la memoria, atención y aprendizaje, que son parte de la inteligencia fluida, además de que ayuda a las regiones distantes del cerebro a trabajar juntas para completar tareas complicadas; su funcionamiento deficiente está relacionado con la depresión, el Alzheimer, el Parkinson y el trastorno por el déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
Las pupilas y el Alzheimer
Pero las pupilas no solamente tienen relación con la inteligencia: otro estudio elaborado por la doctora en psicología Carol E. Franz y su equipo de la Universidad de California, en San Diego, prevé la posibilidad de hacer un diagnóstico precoz de la enfermedad de Alzheimer a través de las pupilas y para ello analizan la concomitancia entre la alteración de un área cerebral implicada en la modulación del reflejo pupilar y el riesgo de padecer la enfermedad.
El grupo de la doctora Franz, en conjunto con otros científicos de Estados Unidos y Noruega, sostiene que durante la ejecución de pruebas cognitivas el diámetro de las pupilas podría predecir el riesgo de padecer esa enfermedad neurodegenerativa.
De esta manera, con el propósito de detectar posibles variaciones en la función del locus coeruleus y probar su relación con el riesgo de desarrollar Alzheimer, los expertos reclutaron a 119 hombres de entre 56 y 66 años, en su mayoría sin alteraciones cognitivas, a quienes se practicó la pupilometría mientras intentaban recordar una serie de números visualizados segundos antes.
Las conclusiones de este trabajo, que se publicaron en septiembre de 2019 en la revista Neurobiology of Aging, pusieron de manifiesto que los individuos portadores de variantes genéticas asociadas con el desarrollo de la enfermedad, mostraron mayor dilación de las pupilas, en comparación con aquellos de menor riesgo genético.
La apertura pupilar también se observa en pacientes con deterioro cognitivo leve, un trastorno que a menudo progresa hacia el Alzheimer, así que este método rápido, económico y no invasivo, en combinación con otras técnicas, permitiría la identificación y diagnostico precoz en individuos con mayor riesgo de padecer esta enfermedad neurodegenerativa, aun cuando su capacidad cognitiva permaneciera intacta.
Gracias al colega y amigo Carlos Ravelo, por cuya alerta ahora sabemos que los ojos no sólo son la ventana del alma, sino también del cerebro.