La biblioteca de Arcadia
Una versión masculina y no árabe de Shajrazad (o Sherezada) es la que propone el escritor Alberto Ruy Sánchez (Ciudad de México, 1951) en su novela corta Los jardines secretos de Mogador, donde el protagonista, un viajero que sin un plan definido se interna por las calles de la ciudad, encuentra a Jassiba, una joven nativa del lugar que lo seducirá y a quien deberá describir un jardín diferente cada noche para obtener su amor.
El papel de Sherezada, la contadora de cuentos para salvar la vida que se presenta en Las mil y una noches, se encarna en esta obra como un personaje masculino que no debe inventar historias, sino buscar jardines secretos reales, en una urbe donde no los hay, y describirlos a su amada para no morir, pero de deseo por tener intimidad con ella, que le niega su lecho si no le lleva un relato.
Con una prosa fluida, Ruy Sánchez hace gala de un erotismo muy fino, casi metafórico, en su poético texto Los jardines secretos de Mogador (Editorial Alfaguara, octava reimpresión febrero de 2016, 187 páginas); esta ciudad portuaria amurallada de Marruecos ha sido fuente inagotable de inspiración para su obra integrada en el Quinteto de Mogador, en el cual confluyen la poesía y el ensayo en forma de novela.
En Los jardines secretos de Mogador, Ruy Sánchezexplora la posibilidad de crear un paraíso de pareja, después de que en Los nombres del aire lo hizo con el deseo femenino y en Los labios del agua con el masculino.
La utilización del lenguaje alegórico transporta al lector hasta ese ambiente de sensualidad y extravagancia de un puerto marroquí lleno de mitos y tradiciones ancestrales, al tiempo que le da la oportunidad de ir descifrando cada uno de los nueve jardines secretos, producto de la conjunción entre las tradiciones y utopía.
La obra está estructurada en forma de espiral que serpentea las callejuelas intrincadas de la urbe en donde el viajero-amante debe buscar los jardines para Jassiba, la enigmática mujer que lo ha cautivado y cuyo fin último es “la búsqueda sonámbula de una voz… y el hombre se convirtió en voz para habitar el cuerpo de su amada, para buscar en ella su paraíso, su jardín único y secreto”. Ese hombre, el amante de Jassiba, tuvo que enfrentar varios retos para transformarse en esa voz de tierra y dar fruto.
Este jardinero que cultiva una extraña flor llamada Jassiba, trae a la memoria al “Señor Gerónimo”, personaje de Salman Rushdie en “Dos años, ocho meses y veintiocho noches”, jardinero que trabajaba amorosa y arduamente en la finca “La Incoerenza” hasta lograr extraordinarias variedades de plantas.
Otra coincidencia con dicha obra de Rushdie (una novedosa y muy particular versión del clásico de la literatura universal Las mil y una noches) es una cita del filósofo del islam, Al-Ghazali (Al Gazel), inspirador y referente del escritor y ensayista británico de origen indio y nacionalizado estadounidense. La referencia antes de iniciar el texto es: “El mundo visible es tan sólo una huella de lo invisible y lo sigue como una sombra”. Ruy Sánchez, quien lo escribe Gazali, hace mención a este teólogo, jurista y místico de origen persa en alguna parte del libro.
El autor está consciente del papel fundamental que juegan en la seducción las palabras, de manera que el protagonista deberá usar el filtro de lo narrado para recuperar el deseo de su amada a través del deleite que cada uno de los jardines implica en más de un sentido; al despertar el deseo en su personaje femenino con el poder de la palabra, Ruy Sánchez aviva el interés del lector por continuar con la historia.
Al final de la novela, Ruy Sánchez publica una mínima nota jardinera y de agradecimientos, en la cual asegura que hay una segunda parte de Las mil y una noches que casi nadie conoce y que se titula Las nuevas noches de Shajrazad. En esa obra, explica, ahora ella no sólo controla la atención y la curiosidad del soberano Shariyar, sino también su corazón y otras partes de su cuerpo; está embarazada del rey, quien quiere cumplir todos sus caprichos, pero Shajrazad descubre que conforme transcurre su gestación desea cosas más extravagantes y menos la cohabitación con su amado.
En ese mismo apéndice el autor revela que todos los jardines secretos que el protagonista busca en Mogador para obtener noches apasionadas con Jassiba y que son descritos a detalle para lograrlas, existen en alguna parte del mundo y que viajó a muchos lugares del planeta para visitarlos; hace una pequeña reseña de esos periplos para que el lector repare en cuán alejados pueden hallarse esos vergeles.
La narración de Ruy Sánchez tiene adjuntas imágenes de las caligrafías de Hassan Massoudy (Irak, 1944), calígrafo y escritor de tratados de caligrafías, que ilustran diversas abstracciones deleitables para la vista del lector y le agrega un aura de misticismo a la obra. Cuenta el autor que la belleza de las representaciones ha traspasado el papel para plasmarse en el cuerpo humano convirtiéndose en tatuajes populares en diversos países.
Algunas interpretaciones de especialistas
Es indispensable recordar que cuando hablamos de Mogador accedemos en primera instancia al referente geográfico: la ciudad de Essaouira (conocida como Mogador en la antigüedad), una urbe portuaria situada en la costa occidental atlántica, conocida por su centro histórico que fue proclamado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001, así como por las emblemáticas murallas que encierran a la ciudad.
La escritora, profesora de literatura latinoamericana en la Universidad de Columbia, en Nueva York, EU, y periodista argentina Luisa Valenzuela -primera mujer en obtener el Premio Carlos Fuentes en 2019- considera que el trazado de la narración de Los jardines secretos de Mogador hace que el analista repiense los modos de construcción de las ciudades literarias.
Mogador se presenta como una constante en la creación de atmósferas que relacionan los cuerpos más que las personalidades de quienes las habitan, es decir, los sujetos entran en contacto con la ciudad de una manera tan intima que sus mismos deseos y necesidades son los que la construyen y la determinan. Así, Mogador se construye como una metáfora del cuerpo y del deseo, por lo cual deja de ser copia fiel del referente extratextual.
Para Fernando Aínsa, escritor y crítico literario hispano-uruguayo (1937-2019), el espacio urbano puede ser resultado de una reinvención, esto es, que hay ciudades con un referente real-histórico que toma el autor para crear su propio espacio, como la Alejandría de Laurence Durell, Dublín de James Joyce y Essaouira de Alberto Ruy Sánchez.
Mientras que Montserrat Zúñiga Meza, maestra en literatura hispanoamericana por la Universidad de Guanajuato, México, sostiene que la ciudad que plantea Ruy Sánchez se asemeja a Las ciudades invisibles (primera edición 1972, Editorial Einaudi, Italia)que desarrolla Ítalo Calvino, porque toma como eje central al deseo para hablar de las pulsiones vitales que transgreden a los sujetos y que intervienen en su modo de relacionarse con el espacio y el modo de habitar.
Lo que hace Ruy Sánchez -agrega- es disfrazar a Mogador de oriental, la urbe se pinta como otra para que la descubran, es una invitación a repensar el concepto de ciudad tan proclamado por Occidente; así, sitúa su urbe literaria no sólo para otorgarle un sentido exótico a su pequeño paraíso, sino para intentar darle otro sentido al modo de pensar la metrópoli latinoamericana. La distancia de contemplar desde Oriente permite recurrir a otros elementos que abran paso al diálogo.
Por último, el doctor en letras hispánicas por la Universidad de California y profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Colorado, en Denver, EU, Paul Abeyta, señala que el personaje masculino, que funge como narrador, se constituye como nómada gracias a la idea del desplazamiento que realiza al recorrer los jardines de Mogador -la verdadera protagonista de la novela-, con un afán de búsqueda de un capital simbólico para poder habitar el cuerpo de su amada.
Se observa entonces cómo a partir de algo material y tangible como es la relación sexual, se busca una dimensión simbólica, una búsqueda sensorial, de manera que cada jardín representa un desplazamiento, una intensidad poética donde se combinan elementos semióticos de diferentes o dimensiones, concluye el especialista en teoría crítica.