Por Jorge Manrique, Rector del Colegio Jurista y Director general de Gobierno de Calidad
La pandemia podría acelerar la automatización del empleo y la desigualdad.
Desde hace más de un año y medio se trabaja desde casa y se abrazan ya los horarios flexibles, los viajes de cinco pasos y la relativa escasez de reuniones sin sentido. Paulatinamente desapareció el sentirse desconectado y palió el agotamiento por los desafíos de colaborar en Zoom.
Pero la pandemia también expuso una división más significativa en el mercado laboral: sólo algunos trabajos se pueden hacer desde casa.
Aquellos que pueden iniciar sesión desde casa no se vieron afectados en gran medida, mientras que aquellos cuyos trabajos requieren una presencia física fueron despedidos o enfrentan la opción de proteger su salud o garantizar su próximo cheque de pago. Las posibilidades de teletrabajo establecen ahora la competitividad empresarial, incluso de una manera más tajante que la liquidez y acceso a créditos, por ejemplo.
Al mismo tiempo, siempre existe la esperanza de que una crisis estimule la innovación, pero nadie sabe exactamente cuáles serán los resultados a largo plazo.
Una consecuencia del trabajo remoto es que las empresas pueden acelerar el ritmo de la automatización, en parte porque tienen la oportunidad de monitorear a más trabajadores en línea y evaluar qué tareas, o trabajos completos los podría hacer una máquina más rápidamente. Es previsible que en sólo tres años el 40% de los actuales puestos de trabajo se habrán modificado.
La empresa puede aprender a optimizar ese trabajo y codificar las rutinas humanas en procesos que se adapten mejor a las máquinas.
Al utilizar información digital, las empresas pueden identificar y optimizar ciertas rutinas de tareas y encontrar mejores formas de organizarlas dentro de la rutina, microgestionar a los trabajadores humanos y desarrollar máquinas para asumir las tareas, aunque algunas no son codificables, especialmente las que requieren conocimiento tácito o empatía y hospitalidad. Las esencialmente humanas.
Aunque la movilidad social aumenta después de ciertos tipos de crisis, como la guerra, la actual pandemia parece ser diferente y nos empuja a la dirección opuesta. La automatización, y las tecnologías de la información en general, abren más las brechas entre personas, empresas y ciudades.
Incrementar las habilidades digitales y lograr mayores accesos de personas y empresas a las tecnologías, podría generar el futuro que buscamos. Las asignaturas pendientes tendrán que impulsar el trabajo colaborativo y revalorar las llamadas habilidades blandas.