Los criollos novohispanos reafirmaron su identidad en el bicentenario de la conquista: Cristina Torales

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(Primera de dos partes)

Al cumplirse en 1721 dos siglos de la toma de Tenochtitlan, las celebraciones efectuadas con tal motivo significaron una evidencia de la consolidación de la identidad novohispana, consideró la maestra en Historia por la Universidad Iberoamericana y doctora en Literatura por la Universidad de Leiden, Holanda, Cristina Torales Pacheco.

La especialista ofreció una conferencia virtual titulada ‘1721. El siglo de la ilustración. La consolidación de la identidad novohispana’ dentro del ciclo De siglos y centenarios convocado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim para recordar los 500 años de ese suceso.

“Como el propósito de estas charlas es ubicar estas grandes celebraciones en el contexto mundial -dijo Torales Pacheco- haré sólo algunas menciones que fueron significativas para los novohispanos, porque nos llevaría varias conferencias exponer las conexiones europeas.”

La historiadora se refirió a los efectos que pudieron tener los acontecimientos de 1721 en la mentalidad y las acciones e iniciativas de los novohispanos; concretamente en el final de lo que denomina la apoteosis del criollismo, es decir, cómo de alguna manera derivado de este bicentenario, los criollos reafirmaron su identidad, la proclamaron y sobre todo la manifestaron a través de su devoción y veneración a la Virgen de Guadalupe.

Hace tiempo, en un libro sobre el oficio de historiar, don Luis González y González señalaba que generalmente las conmemoraciones eran un buen pretexto para dar trabajo a los historiadores, organizar coloquios, conferencias, elaborar libros, etcétera, comentó Torales Pacheco, quien agregó que “más allá de esta oportunidad que tenemos los historiadores de dirigirnos a la sociedad en general a partir de un acontecimiento, creo que es muy significativo tomar en cuenta que las conmemoraciones en el pasado, y hoy en día, nos permiten la construcción y cultivo de la memoria histórica colectiva no sólo para crear y construir identidad, sino para consolidarla”.

Para la doctora Torales Pacheco, el año de 1721 forma parte de lo que denominó el siglo XVII extenso o largo, e indicó que es un siglo que podría atreverse a plantear entre 1650 y 1750, porque no hay que pensar en estos bloques históricos como coincidencias con los ciclos anuales. En este sentido, “1721 correspondería como a esta fase final del siglo XVII largo”.

En esa época, la ciudad de México era la urbe más numerosa en población y estaba es una plena actividad constructiva porque había un auge económico que le permitía ese impulso.

Si bien esta celebración de 1721 no era de toda la Nueva España, sí era el gran festejo anual que se hacía en la ciudad de México porque databa el año 1521, considerado como el inicio de la imperial y muy noble ciudad de México como constantemente se citó, se confirmó y se ratificó a lo largo de la centuria.

Sin embargo, había una controversia sobre la fecha, se cuestionaba si era el 13 o el 12 de agosto, algunas fuentes señalaban que había sido el 12 pero que como ese día correspondía a Santa Clara -no muy apropiada para una conmemoración guerrera- se eligió el 13, día de san Hipólito mártir.

La controversia se resuelve con el Tratado sobre la ciudad de México de fray Agustín de Betancourt, un religioso franciscano que a finales del siglo XVII hacía referencia a la conquista del año 1521 el martes 13 de agosto, y según las Cartas de Relación de Hernán Cortés, que eran el referente histórico para muchos de estos letrados novohispanos, el 13 de agosto fue cuando se tomó la ciudad, o se reconoció la toma de la urbe a partir de que cayó prisionero Cuauhtémoc.

El cabildo de la ciudad, como lo hacía año con año, dedicaba varios meses a hacer los preparativos para esta celebración anual y la toma de decisiones a propósito de la fiesta: a quienes invitarían, quién llevaría el pendón, quién lo sacaría y todos los elementos decorativos que adornarían el paseo de tal gallardete, e incluso en muchas ocasiones, el mandar hacer uno nuevo, y destaca la preocupación por los trajes y por verse muy bien presentados, desde los porteros y los maceros, hasta el regidor encargado de llevar el pendón.

El ayuntamiento hacía una inversión importante en los trajes que se debían confeccionar, e incluso discutían si serían distintos los que usarían para el paseo del pendón y los que portarían en el momento de la celebración de la jura de Felipe IV; esto quiere decir que el vestido era algo importante, pues no sólo distinguía los niveles sociales, sino también diferenciaba los momentos de celebración, de gozo, de triunfo, así que no era extraño que con tiempo el ayuntamiento patrocinara o garantizara el financiamiento de los trajes.

Posteriormente se entregaba al cabildo un informe de cómo había resultado la conmemoración y se nombraba a un comisionado para que revisara todos los gastos y costos.

La noticia se publicó al año siguiente

Llama la atención de los historiadores que no hay, no quedó constancia, o no ha sobrevivido a lo largo del tiempo, un documento puntual, ya sea el relato de las fiestas, el sermón con motivo del festejo, etcétera. Apenas existe una mención muy escueta en la Gaceta de México del año 1722, según la cual, “la nobilísima ciudad de México, cabeza de la Nueva España y corazón de la América, celebró los dos siglos cumplidos de su conquista, el día del glorioso mártir san Hipólito, su patrón, el 13 de agosto del año pasado con festivas demostraciones de luminarias, máscaras, colgaduras y con paseo la víspera y día montados a caballo el excelentísimo virrey, la real audiencia, los tribunales, la ciudad y la caballería; sacó el estandarte real el conde del Valle de Orizaba, su regidor, y se solemnizó por tres días”.

Asimismo, alude a la predicación que hubo el día del bicentenario a cargo del arzobispo José Pérez de Lanciego Eguilaz y Mirafuentes, uno de los más queridos y apreciados. Es interesante que esto fuera consignado en la Gaceta de México fundada por Juan Ignacio María de Castorena y Ursúa.

No hay rastros literarios que resalten la celebración bicentenaria, salvo esta brevísima descripción que Castorena decide publicar en el primer número de su Gaceta de México en 1722. Y dicho lo que sucedió el 13 de agosto, señalaba también que el día 15, que era el festejo de la Asunción, patrona de la arquidiócesis de México, “se coronó su hermoso templo de gallardetes, luces y con los más ricos ornamentos y se colocó en su altar mayor la bellísima imagen de oro de la reina de los ángeles”; así, en el mismo texto Castorena y Ursúa resaltaba las dos grandes festividades de la ciudad: la toma de Tenochtitlan como el inicio y fundación de la imperial ciudad de México y la fiesta de la Asunción que era la de mayor lucimiento.

En su Gaceta, Castorena y Ursúa hizo unas reflexiones interesantes después de las descripciones de las fiestas: “La feliz duración de esta corte estrena su tercer ciclo con el que comienza a dar a la prensa sus memorias dignas de mayor manifestación, apuntadas en estas gacetas, pues imprimirlas es política tan racional como autorizada de todas las cortes de Europa”.

Es significativo, dijo la doctora Torales, porque él tiene una férrea decisión de promover la historia de Nueva España; es un individuo con conciencia histórica, deseoso de divulgar los sucesos más importantes del virreinato y su pasado, pero también hacerlo como en las grandes urbes europeas.