Los criollos novohispanos conciliaron la historia con el pasado indígena: Cristina Torales

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(Segunda y última parte)

La celebración del bicentenario de la toma de Tenochtitlan en 1721 tuvo lugar en Nueva España en el marco de una monarquía mundial, de manera que los novohispanos no estaban ajenos a este contexto, ya que fue entonces cuando la realeza española logró su consolidación, en la primera globalización que se dio en el periodo de Felipe IV.

Así lo expuso en su conferencia virtual titulada ‘1721. El siglo de la ilustración. La consolidación de la identidad novohispana’, la maestra en Historia por la Universidad Iberoamericana y doctora en Literatura por la Universidad de Leiden, Holanda, Cristina Torales Pacheco, invitada por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) a participar en el ciclo ‘De siglos y centenarios’.

Explicó que, en el siglo XVII, a través de las alianzas matrimoniales de sus hijos, el rey Felipe IV estableció un equilibrio con las monarquías europeas y logró fortalecer sus coaliciones con el imperio austriaco y con Francia. En el primer caso lo hizo al desposar a su hija Margarita con su tío el rey de Hungría y de Bohemia y emperador del Sacro Imperio, y en cuanto a Francia, al casar a su hija María Teresa de Austria con Luis XIV.

Estas asociaciones fueron las que mantuvieron la equidad entre los poderes en Europa; en ese momento España era una potencia, pero Inglaterra estaba impulsando no sólo su unidad, sino su expansión, explicó la historiadora. Precisó que la ambición de Francia e Inglaterra de extender su dominio hacia América y Asia en el siglo XVIII, serían causantes de las constantes acciones bélicas de entonces y en las cuales tuvieron que participar los monarcas españoles debido a los lazos de familia con Francia.

Conflictos en Europa a mediados del siglo XVIII

La doctora Torales Pacheco citó que la primera guerra del siglo XVIII se dio por la decisión de Carlos II de nombrar heredero de la corona española a Felipe de Anjou, que sería Felipe V. Él era nieto de Luis XIV y de esta manera se cumplía también la alianza con Francia y la ambición de Luis XIV.

En la segunda mitad del siglo XVII, este Luis fortaleció la monarquía francesa, estableció un ejército sólido y también un sistema fiscal centralista que le permitió solvencia a la corona y fortaleza para propiciar su expansión; esta situación impactó igualmente en la Nueva España.

Luego se refirió a los conflictos que hubo en Europa en la primera mitad del siglo XVIII cronológico, que Torales Pacheco considera como el final del siglo XVII largo. En España de desató una guerra de sucesión, pues a partir de que tomó la corona Felipe de Anjou empezaron las tensiones y hacia el año 1702 ya era muy claro el conflicto con el archiduque Carlos, quien representaba al Sacro Imperio y se reconocía como heredero del trono español; esta guerra se resolvió en 1713 por los Tratados de Utrecht.

Para dar una idea del ambiente de tensión entre las monarquías europeas por obtener su expansión y hegemonía ya no sólo en los territorios europeos sino también en Asia y en América, la conferencista citó la guerra de sucesión Polonia (1733-1738), la del Báltico (1700-1721), la de sucesión en el Sacro Imperio (1740-1748) y la llamada Guerra de los Siete Años (1756- 1763).

Tensiones en Europa repercuten en la Nueva España

La historiadora citó algunos elementos del entorno en que se celebraron las fiestas del bicentenario en 1721, que estuvieron a cargo del gobierno el virrey Baltazar de Zúñiga Guzmán Sotomayor y Mendoza, marqués de Valero, mayordomo mayor de la princesa de Asturias y personaje muy cercano a la monarquía.

Y en un paréntesis, aconsejó a los historiadores estudiar más a los virreyes de Nueva España para entender y comprender los problemas que se dan en la compleja y muy desconocida historia de México.

Las tensiones en Europa durante la gestión del virrey marqués de Valero se reflejaban, entre otras formas, por la preocupación de que no obstante la existencia de pactos de familia con el gobierno francés y con la corona francesa, éstos buscaban introducirse en los territorios de la Nueva España, sobre todo en el septentrión, en Pensacola y la zona de Luisiana, además de la rivalidad que representaba la impronta inglesa también en el septentrión, que repercutía en la inquietud del virrey por garantizar la seguridad de los litorales.

Dijo Torales Pacheco que, si bien en la primera mitad del siglo XVIII se habían hecho incursiones hacia Texas, Florida y Nuevo México, lo que realmente estaba consolidado como reino de Nueva España era el centro de México y Zacatecas; el reto era desarrollar las misiones de California, lugar estratégico y fundamental que los jesuitas protegieron de manera sustantiva porque a través de la expansión de la fe se llevaba a cabo el reconocimiento del territorio, pero asimismo porque California era un punto clave que garantizaba el tránsito mercantil con el mundo asiático.

Apoteosis del criollismo

La historiadora se refirió a este periodo como la apoteosis del criollismo, e indicó que, en su discurso sobre ese tema, en los años 70 el historiador Edmundo O´ Gorman señaló como manifestaciones y expresiones de los criollos el aprecio y amor a la naturaleza, el reconocimiento de una historia que concilia el pasado indígena con el pasado hispánico y la distinción de la divinidad como identidad de los habitantes de América.

En las décadas anteriores al bicentenario se hicieron evidentes estos elementos. El aprecio por la naturaleza quedó plasmado en los mapas, dibujos y planos que se hicieron, en los cuales se mostraba la riqueza y la bonanza de estas tierras; también se empezaron a pintar cuadros sobre las castas, pero no con una intención peyorativa, sino para mostrar al mundo la variedad, la riqueza y la productividad de cada uno de los diversos grupos que se habían conformado a través de un proceso de mestizaje; además se exhibían los productos de la tierra, como las frutas, para presentar a América como cuerno de la abundancia habitado por una enorme variedad de individuos unidos en el trabajo.

Respecto al reconocimiento de la historia, la ponente citó a Juan Francisco Sahagún de Arévalo, a quien la ciudad de México distinguió como el primer historiador y cronista oficial con un salario por ello, y fue el continuador de la Gaceta de México que Castorena y Ursúa solo publicó durante seis meses; Sahagún la editó de 1728 a 1740 y empezó por publicar relatos sobre la época prehispánica y después acerca de los emperadores aztecas.

Los historiadores de la época conciliaron el pasado indígena con el europeo. Juan José Eguiara y Eguren asumió el reto de mostrar al mundo la capacidad de los saberes y la cultura de Nueva España y se propuso recopilar todo lo escrito en el virreinato.

Esa compilación, con la que Eguiara integró su Biblioteca Mexicana, no sólo se limitó a los europeos, a los criollos, a los mestizos, a los que escribieron durante el periodo virreinal, sino que incorporó a los miembros de la sociedad indígena precortesiana que se distinguieron por sus luces y su cultura. Esta obra es la síntesis de nuestra cultura hacia la primera mitad del siglo XVII.

En cuanto a la distinción divina, es necesario estudiar las devociones como signos de identidad. Eran devociones eminentemente marianas, pero también por los santos patrones de cada ciudad o pueblo; la veneración a la Virgen María, a Jesús y a los santos es un elemento sustantivo de identidad. Los novohispanos volcaron su devoción a la Virgen de Guadalupe, cuyo promotor fue el arzobispo Francisco Aguiar y Seijas, quien mandó escribir la Historia de la virgen del norte porque quería difundir su veneración a través de un gran santuario que se inauguró en 1709, finalizó la doctora Torales Pacheco.