La biblioteca de Arcadia
Un género musical que ha transitado de ser una representación cultural surgida en la cortes europeas y motivo de ostentación del poder, a enseñorearse en los teatros considerados ‘templos’ reservados para los pocos privilegiados de la alta sociedad o la burguesía, como La Scala de Milán, el Covent Garden de Londres o el Metropolitan Ópera House de Nueva York, la ópera ha sido considerada elitista y desafortunadamente no ha conseguido infiltrarse en el gusto popular, al menos de los mexicanos, a pesar de los intentos de algunos tenores de incluir arias de las más conocidas obras de esta categoría en sus conciertos masivos.
Sin embargo, el crítico y promotor musical Gerardo Klineburg (Ciudad de México, 1964) decidió hablar de ópera durante la pandemia de Covid19 y comenzó a dar pequeñas charlas y conferencias a través de Facebook; así nació el libro Hablemos de ópera (Editorial Turner de México, primera edición, noviembre de 2021, 319 páginas), que -según explica su autor- es la recopilación de una experiencia de confinamiento, pues las conversaciones con quienes de alguna forma se dedican a este género musical fueron a través de zoom entre dos personas que estaban encerradas en sus casas en distintos lugares del mundo.
Conocedor del tema, Klineburg realizó una serie de entrevistas con cantantes de ópera, directores de orquesta y escena, así como maestros de canto en las que escudriña sus sentimientos y preferencias en el momento en que están en el escenario, pero también cuando están abajo y son simples mortales; les da libertad para expresarse sobre otras figuras del medio y para hablar de su vida familiar… en algún caso hasta de sus preferencias sexuales.
Hablemos de ópera es una obra sumamente ilustrativa acerca de la manera como los intérpretes del bel canto manejan la voz y de los sacrificios de quienes se dedican a esta profesión, además de que aborda las vicisitudes de los directores de orquesta y de escena, que son parte fundamental de la representación operística.
Con un lenguaje comprensible para el lector medio y presentado en el formato de pregunta-respuesta, Hablemos de ópera acerca al público a un grupo de figuras -en su mayoría mexicanos- que con su talento y personalidad han contribuido a construir la historia contemporánea de la ópera a nivel global, porque son las voces de intérpretes como Ainhoa Arteta, María Katzarava, Verónica Villarroel, Rebeca Olvera, Rolando Villazón, Javier Camarena, Ramón Vargas, Plácido Domingo, Francisco Araiza o Philippe Jaroussky, así como de directores de orquesta de la talla de Enrique Arturo Diemecke, José Areán o Iván López Reynoso, además de directores de escena o gestores, entre otros Marcelo Lombardero, Alonso Escalante y Joan Matabosch, las que dan forma a una alocución de análisis acerca de la estructura de la industria de la ópera, sus estímulos y obstáculos.
De manera que Klineburg (quien ha publicado relato y novela) muestra en este libro ambas caras de la moneda, a los cantantes, quienes pueden tener percances que les impidan cumplir sus compromisos y al estrés a que están sometidos por la vertiginosa vida que llevan los que se presentan en los grandes teatros de todo el planeta, y a aquellos que se encargan de que todo salga bien en la producción y deben ajustar perfectamente los engranajes de las puestas en escena cuidando todos los detalles de la escenografía, el vestuario, la iluminación y el sonido. En este texto se exponen los gustos personales, los puntos de vista propios, la vida cotidiana y la contribución al género de cada uno de los 20 entrevistados; por cierto, sólo cuatro mujeres y un profesor de canto, Gabriel Mijares, quien fue maestro del tenor mexicano Rolando Villazón.
Hábilmente, el autor los induce a decantarse por opciones de voces, situaciones, comidas y bebidas, lugares, compositores y obras; un dato curioso es que seis de los nueve entrevistados a los que se les preguntó cuál era el mejor cantante popular vivo, contestaron que Luis Miguel. El propio Klineburg, quien fue diez años director de la Compañía Nacional de Ópera de México, comentó en una entrevista concedida en diciembre de 2021 a la periodista especializada del diario Excelsior, Virginia Bautista, que un consenso inesperado para él fue que para una parte sustancial de los intérpretes con quienes conversó el mejor cantante pop vivo es Luis Miguel. “Descubrí que tiene un club de admiradores de cantantes de ópera. Con esto entendí que aman el canto; creen que existe el buen canto y el mal canto, independientemente de lo que cantes”.
Uno de los conceptos a destacar en el contenido de este ilustrativo volumen fue aportado por el director concertador Iván López Reynoso, quien explica que “el cantante no ve su instrumento, no ve lo que está haciendo con su instrumento. No lo puede visualizar. La técnica es toda interna, es todo sensaciones, colores, emociones, recuerdos, sonoridades. Es una ventaja y una desventaja, al mismo tiempo… El instrumento está por dentro: afecta si has tenido un mal día o un resfriado. El violín no se enferma. El violín no está de luto, no se fue de juerga ni está con un dolor de cabeza espantoso”.
Salvo algunos errores de tipografía como letras de más, trasposición de palabras, duplicación de signos de puntuación y de conceptos, una palabra por otra como soledad por sociedad, o por ejemplo dejar una “o” en lugar de “u” en la serie de preguntas del Cuestionario Proust aplicado a algunos de los entrevistados cuando presenta la opción “Juan Rulfo o Octavio Paz”, Hablemos de ópera es una obra que contiene información indispensable para comprender de manera cabal el fascinante mundo de la ópera. Desafortunadamente en la página legal del libro no se menciona a cargo de quién estuvo la edición, ni el nombre del corrector.
Los críticos opinan
La reseñista española Maudy Ventosa asegura que uno de los objetivos que se plantea Klineburg con esta obra es desterrar una idea que han ido generando los expertos a lo largo de los tiempos: hablar de ópera parece que se asocia inevitablemente con elitismo, con tecnicismo, con un grado no pequeño de arrogancia y soberbia.
Este libro nos va a aportar claves interesantes de la cotidianeidad de estos personajes; los diálogos recogidos en Hablemos de ópera son un íntimo acercamiento a la vida y a la trayectoria de los grandes divos de nuestros días y una lúdica invitación para conocer y disfrutar de la ópera sin miedo, agrega Ventosa y concluye con la expresión: ¡Larga vida a la ópera! Que dicen que se está muriendo y lleva casi cuatro siglos agonizando.
En tanto que el divulgador y crítico musical catalán Albert Ferrer Flamarich lamenta que la edición no contenga fotografías de los entrevistados, lo cual considera que aportaría un cierto dinamismo y riqueza visual al libro, sobre todo porque tampoco se incluyen sus fechas de nacimiento para ubicarlos cronológicamente.
Sin embargo, dice, en ningún momento se pierde el carácter accesible, divulgativo y el lógico desarrollo con el que evolucionan los capítulos a partir de un planteamiento que refleja la complicidad de Klineburg con la mayoría de los interlocutores y para muchos de ellos finaliza la charla con un Cuestionario Proust (se trata de un modelo en el que el entrevistado contesta un formulario de preguntas, similares a un test psicológico, diseñadas para revelar su personalidad) obviamente de corte musical.
Y el periodista y crítico musical mexicano José Noé Mercado asegura que Klineburg se reveló en este volumen como un experto capaz de compartir su conocimiento de manera sencilla y digerible, apasionada y precisa, gracias a sus elocuentes habilidades pedagógicas y comunicativas; esta misión divulgadora, tanto como la estrecha relación que ha mantenido con los personajes que seleccionó para conversar, cimienta buena parte del valor de Hablemos de ópera.
El autor punza a través de sus propias interrogantes y consigue ir más allá de la simpática y ocasional conversación, pues además del Cuestionario Proust incluye un pingponeo de gustos o preferencias estéticas, con todo ello obtiene perspectivas profesionales que configuran carreras, ADN vocales y maneras de reconocer a un artista en su verdadera identidad.
“El resultado es gozoso y mantiene un ritmo escrito ágil, por momentos vertiginoso, rossiniano; en otros, las palabras se vuelven lúdicas y transparentes, mozartianas, en otros más, hay frases sentimentales, de acuñación pucciniana; también las hay teatrales, verdianas; y en unos más -aunque quién sabe si Klineburg esté de acuerdo en mirarlos así-, el fraseo se torna profundo, reflexivo y poliédrico, casi wagneriano”, finaliza el periodista especializado.