Igual que la práctica deportiva es recomendable para mantener sano a nuestro organismo, la actividad física no estructurada o incidental es benéfica para que los adultos mayores conserven en buenas condiciones su capacidad cognitiva, y podría prevenir enfermedades mentales degenerativas.
Incluye labores como cuidar a los nietos o a un enfermo, o la jardinería, y son tan eficaces para la salud cerebral como una rutina de ejercicios físicos, determinaron especialistas del Laboratorio de Psicofisiología del Instituto de Neurobiología (INb) de la UNAM.
Mediante la investigación “Evaluación multimodal de los efectos de la actividad física en adultos mayores”, que dirige Thalía Fernández en colaboración con Juan Silva Pereyra, de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala, y alumnos de posgrado (maestría y doctorado) y licenciatura, se realizan estudios comparativos entre dos grupos de adultos mayores sanos, uno con un estilo de vida más activo físicamente, y otro sedentario.
El objetivo principal de la investigación es explorar si existen diferencias en su actividad eléctrica cerebral (evaluada mediante electroencefalograma), en la estructura cerebral (con resonancia magnética) y en la actividad cognitiva (por métodos conductuales, electrofisiológicos y de imagen) para evaluar la activación cerebral durante el desarrollo de tareas.
Javier Sánchez, quien cursó su doctorado en dicho laboratorio, sugirió el uso de una encuesta para clasificar la muestra con base en su actividad física incidental (no estructurada), es decir, tareas cotidianas como subir escaleras, caminar al autobús, limpiar la casa o el jardín, entre otras, pues los estudios existentes exploran la práctica de actividad estructurada, que se realiza por lo general en un gimnasio y que no es tan frecuente entre los adultos mayores.
Thalía Fernández explicó que utilizaron la Encuesta de Actividad Física de Yale en 100 adultos mayores; separaron a los participantes en dos grupos: activos y pasivos.
Mauricio González, estudiante de doctorado, expuso que “más allá de la actividad física estructurada, el cuestionario mide el esfuerzo que desempeña un individuo por el simple hecho de cambiar algunos hábitos como subir escaleras en lugar de tomar el elevador, caminar al supermercado o a la tienda en vez de utilizar el auto, incluso barrer y trapear”.
Al comparar los electroencefalogramas, encontraron que los más sedentarios tenían una actividad eléctrica cerebral más lenta, que se parece a la de quienes presentan riesgo de deterioro cognitivo. Los resultados sugieren “que la actividad física incidental podría prevenir el desarrollo de patologías neurocognitivas en esta etapa de la vida”, dijo Thalía Fernández.
La investigadora aclaró que no están en contra del ejercicio físico estructurado, pero estudiar el efecto de la actividad física incidental aporta nuevos conocimientos, pues ésta es la que, en su mayoría, realizan las personas a estas edades.
“Lo que planteamos es que quienes llevan a cabo tareas cotidianas en sus hogares (actividad física incidental), al igual que aquellos que practican un deporte de forma rutinaria, previenen el deterioro cognitivo. Quienes no van al gimnasio, pero realizan actividad física incidental están previniendo. No sólo encontramos que el electroencefalograma indicó menor riesgo en ellos, sino que es mejor su desempeño cognitivo conductual”, abundó.
Para aplicar este protocolo de investigación, los universitarios establecieron ciertos requisitos que las personas interesadas debían cubrir, entre ellos no tener enfermedades neurológicas (por ejemplo, epilepsia,) ni psiquiátricas (depresión o ansiedad) y no haber sido sometidos a anestesia general en el último año.