La intensidad del fútbol

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(Agencia UNAM) Junio 26 de 1969. Mientras la lluvia veraniega anegaba el césped fangoso del Estadio Azteca en la Ciudad de México, las selecciones nacionales de El Salvador y Honduras se enfrentaban por tercera vez en territorio neutral para definir cuál equipo continuaría en las eliminatorias rumbo al Campeonato Mundial de Futbol México 1970.
Un gol de último minuto en tiempos extra dio el triunfo final 3-2 a El Salvador. Millones de ciudadanos de ese país lo consideraron una proeza nacional, pues por esas fechas enfrentaban a su vecino centroamericano también fuera de la cancha, en una disputa político-diplomática por cuestiones migratorias y territoriales.
Dos semanas después, tropas salvadoreñas incursionaron en territorio hondureño y dio inicio a lo que el periodista Ryszard Kapuscinski, corresponsal de prensa polaco que cubrió éste y otros conflictos en todo el planeta, bautizó como “La guerra del futbol”, que se desarrolló del 14 al 18 de julio de 1969. Si bien el juego no fue la causa directa del choque entre Honduras y El Salvador —que dejó más de 3 000 muertos— muchos medios de comunicación y el mismo Kapuscinski, quien relató el enfrentamiento en un libro titulado precisamente La guerra del futbol, contribuyeron a propagar el mito.
“Es imposible creer que el futbol fue la causa subyacente del conflicto, pero también es difícil entender cómo la tensión podría haber escalado a un nivel militar sin el efecto inflamatorio de los juegos eliminatorios hacia la Copa Mundial de 1970”, comentó al respecto Tim Vickery, corresponsal de deportes de la BBC en América Latina.

Terreno simbólico
En el guión de este drama universal donde desfilan las estrellas de la alfombra verde, la pasión por la camiseta puede congregar a millones de espectadores en torno a la TV, cerrar avenidas principales, paralizar el tráfico e incluso la actividad de ciudades enteras. Y en los casos extremos para muchos aficionados las fronteras entre lo lúdico y lo bélico se desvanecen efectivamente cuando, al calor de las pasiones desbordadas, los simpatizantes y miembros del equipo contrario dejan de ser vistos simplemente como rivales deportivos y se convierten en enemigos.
“Los deportes de competencia como el futbol hacen alusión a la guerra, aunque esto sea de manera simbólica”, afirma el profesor Enrique Rivera Guerrero, del Departamento de Psicología y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Sonora. Para el experto, que en su tesis doctoral estudió cómo se construye la afición al club Leones Negros de la Universidad de Guadalajara, los equipos de soccer funcionan como referentes de identidad que permiten a los aficionados sentirse parte de un grupo y de un territorio, tendencia muy arraigada en nuestra especie gregaria.
En tal sentido, apunta Rivera Guerrero, los deportes profesionales reactivan en los sujetos sus identidades latentes, que se expresan a través de la diferencia (nosotros frente a los otros) y la confrontación en situaciones deliberadamente construidas, tal como ocurre en un partido de futbol. Dichas identidades se manifiestan mediante objetos materiales y simbólicos, como banderines, balones, emblemas, camisetas o los nombres de los propios equipos, que regularmente aluden a la identidad territorial (el lugar donde se fundaron o al que pertenecen).
Otro referente simbólico que con frecuencia evocan los aficionados es el carácter del equipo como local o visitante. Esto, según Rivera, indica quiénes son de los “nuestros” o más cercanos y quiénes son extraños o lejanos (los amigos y enemigos en la categorización del sociólogo alemán Max Weber). Pero las expresiones de fanatismo cambian cuando los referentes se enmarcan en situaciones de mayor alcance, como sucede en los campeonatos mundiales de futbol. En estos casos los aficionados defienden ya no la camiseta del equipo favorito en un torneo local, sino el honor, el orgullo y la identidad de su nación.
Samuel Martínez López, profesor e investigador del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana (UIA), coincide en que al estar en juego los colores de las banderas nacionales los encuentros adquieren otra connotación. Las selecciones representan simbólicamente a Estados-naciones, lo que da la pauta a discursos cargados de emociones en alusión a la historia e identidad de cada país. Así, más allá de simplemente disputar un juego de 90 minutos, los jugadores de ambos equipos representan un conjunto de símbolos, que son exaltados y comparados por los medios de comunicación mediante un lenguaje metafórico que parece de guerra, dice el académico de la UIA. Los ejemplos de este lenguaje bélico abundan cuando los cronistas o los propios aficionados piden “aniquilar” al rival, no sólo derrotarlo, sino humillarlo, sobajarlo, exhibirlo ante todos en su “inferioridad”, o cuando hablan de territorio puma o americanista y aluden a los disparos que horadan la portería contraria o a jugadas que “le hacen daño” al otro equipo.
Luis Cáceres Alvarado, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM, explica que en un estudio realizado en 2009 Héctor Riverosa y sus colaboradores entrevistaron a más de 1 600 aficionados al futbol profesional. Los autores los clasificaron en varias categorías que van desde espectadores ocasionales hasta fans (presenciales o virtuales), incluidos aquellos que participan en los juegos grupales que forman parte de la escenografía en los encuentros dentro de los estadios y se expresan mediante cánticos, bailes, porras, gritos u otros gestos eufóricos. El profesor e investigador, ex titular de la Dirección de Actividades Deportivas de la UNAM, subraya que sólo una pequeña proporción de estos últimos (llamados hinchas radicales, barras o hooligans) son de carácter violento; sin embargo regularmente son sujetos de una mayor atención pública por la cobertura de los medios de comunicación.
En su investigación, para la cual asistió como observador participante a 120 encuentros en diversos estadios en Jalisco, Enrique Rivera observó algo similar: los aficionados violentos son una minoría, pues sólo en tres ocasiones tuvo registro de hechos de violencia grave; es decir que hubiera heridos y que se ameritara intervención policiaca. Y aunque la violencia no es la norma en los estadios, estos grupos de aficionados “mal portados”, argumenta Rivera, han sido acotados con medidas de seguridad cada vez más estrictas en los juegos considerados de alto riesgo en los estadios (por ejemplo los clásicos como Atlas y Chivas en Guadalajara), en la medida que afectan al negocio del futbol a nivel profesional.
Para tratar de explicar el comportamiento de estos grupos violentos minoritarios se han postulado diversas teorías sociológicas y psicológicas, que primero hacían énfasis en la existencia de frustración social (el juego constituía una especie de válvula de escape) y luego incorporaron otros elementos como las condiciones de marginalidad y la idea de desafío al sistema entre estos aficionados extremos, que por lo regular son jóvenes, precisa Luis Cáceres.

CUATRO TIPOS DE FANÁTICOS
El fanatismo es un estatus social que se manifiesta en múltiples formas, en lo individual y colectivo. Puede expresarse hacia un deporte en general, hacia un equipo o bien hacia un deportista como figura individual. Este comportamiento asume posturas claramente diferenciadas por su nivel de acercamiento e intensidad.

De hueso colorado
Siguen exclusivamente a su equipo favorito.

Expertos
Gracias a su experiencia pueden analizar al futbol a detalle, en sus aspectos físicos y tácticos.

Futboleros
Observan este deporte como espectáculo, sin importar los contendientes.

Ciber-aficionados
Además de recurrir a las transmisiones a través de los medios de comunicación tradicionales interactua en internet.

De lo lúdico a lo bélico
En Europa, el sociólogo alemán Norbert Elias y su discípulo Eric Dunning fueron los primeros en trazar marcos de referencia para entender al futbol no como un simple juego, sino como “simulador” de la vida real, con todas sus complejidades y contradicciones, según expone Andrés Fábregas Puig en su libro Lo sagrado del rebaño, el futbol como integrador de identidades. ¿Pero en qué forma la pasión desbordada en las gradas o en las calles se transmuta para dar paso a la agresión o la violencia? ¿En qué circunstancias el deseo de triunfo se convierte en necesidad de confrontar físicamente al rival?
En su libro Las barras bravas (Bravo y Allende Editores, Universidad de Chile, 1999) el antropólogo Andrés Recasens Salvo plantea la hipótesis de que la hostilidad abierta entre los aficionados aparece como consecuencia del miedo o desconocimiento de “los otros”, es decir, los rivales, los extraños, el equipo visitante, que amenazan la identidad local. Estas expresiones encuentran un vehículo privilegiado de expresión en el futbol debido a su gran popularidad, aunque pueden expresarse en otros deportes.
Para Samuel Martínez los enfrentamientos violentos surgen cuando los aficionados se toman en serio el discurso mediático fantasioso y creen que efectivamente están en una guerra y hay que defender hasta la muerte los símbolos que representan a los equipos. Así, sujetos al bombardeo de los medios de comunicación —que buscan atraer más aficionados-consumidores del futbol como espectáculo— los aficionados comienzan a creer el discurso de enfrentamiento y ya no distinguen las fronteras entre lo lúdico y lo bélico del juego, entre la fantasía del entretenimiento y la realidad.
Hugo Sánchez Gudiño, profesor e investigador de la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM, argumenta que la singularidad del juego consiste en que éste proyecta de manera metafórica temas centrales en la vida cotidiana (justicia, solidaridad, visibilidad) que exigen una toma de posición de los participantes ante dilemas morales. Y añade a este análisis otro componente: el poder. Al formar parte de una barra, los hinchas adquieren una fortaleza temporal que como individuos aislados no tendrían. Esto les permite obtener boletos en exclusiva, sitios preferentes en los estadios, trato especial de la policía, entre otras concesiones.

Poder grupal y rivalidad
En este proceso la psicología social también tiene mucho que decir, pues cuando interactúan en grupos numerosos, las personas experimentan cambios de conducta que desdibujan las fronteras de su individualidad y las hacen más susceptibles a la impulsividad y a la influencia de la masa, como lo postuló Gustav Le Bon en su libro Psicología de las masas uno de los trabajos pioneros en este campo.
Para abonar este enardecido terreno, tanto los medios de comunicación como las agencias de publicidad que abordan el futbol suelen exaltar imágenes emocionales basadas en la idea de que “este deporte desata la pasión y que no hay nada más importante en la vida que ser apasionado”, añade el profesor Martínez. Rivera advierte que los enfrentamientos deportivos de tipo competitivo, pero especialmente el futbol por ser el más popular en el mundo y el que tiene una mayor cobertura mediática, pueden funcionar como detonadores de rivalidades latentes entre países o regiones debidas a conflictos actuales o históricos que permanecen en la memoria colectiva. Y esto, subraya, puede incluir aspectos políticos.
Una visión similar se expone en el libro colectivo Guerras danzadas, futbol e identidades locales y regionales en Europa, compilado por Francisco Caspistegui, donde este deporte es visto como una forma utópica de dirimir conflictos entre naciones en un terreno acotado por las reglas del juego, tal como sucede en los campeonatos mundiales. En México recordamos, por ejemplo, cuando muchos medios informativos convocaron a una “guerra” contra Estados Unidos en vísperas del encuentro entre las selecciones de ambos países disputado en Pasadena, California, en 2015.
Desde 1993 el vecino del norte instituyó su liga de futbol profesional, lo que elevó la calidad de sus equipos. Con ello la selección de Estados Unidos, que antes era un rival fácil, comenzó a disputar a México la supremacía futbolística en la zona de América del Norte, Central y el Caribe (CONCACAF). Este hecho ha contribuido a proyectar los encuentros entre ambas naciones a terrenos más allá de lo futbolístico. “Se trata de una rivalidad condimentada por la relación de ambos países, de ambos pueblos, fuera del campo”, expresó a la agencia BBC Pablo Miralles, uno de los autores del documental Gringos at the Gate (Ahí vienen los gringos), que aborda precisamente esa vieja rivalidad entre México y Estados Unidos que va de lo futbolístico a lo social.
Muchos aficionados vieron en la victoria de la selección nacional en el referido juego en Pasadena (marcador 3-2) una revancha histórica ante sucesos como la anexión de varios estados mexicanos a la Unión Americana en 1848, a través de los Tratados de Guadalupe Hidalgo. Algo similar sintieron numerosos aficionados argentinos en 1985, cuando su equipo derrotó en cuartos de final de la Copa Mundial México 85 a Inglaterra, país que en 1982 los despojó de las Islas Malvinas.
Efectivamente, las guerras históricas que siguen latentes en la memoria de los pueblos se reavivan en la víspera de estos encuentros, reconoce el profesor Rivera. Sin embargo, matiza, estas connotaciones bélicas se las dan los propios aficionados o los cronistas deportivos. “A [Diego Armando] Maradona le preguntaron si en el juego entre Argentina e Inglaterra pensaba en el conflicto de Las Malvinas, pero él dijo que estaban concentrados sólo en el juego. Esa lectura la hacemos quienes lo vemos desde fuera”.

No todo es pasión y afición
Sánchez Gudiño argumenta que el porrismo en el futbol debe analizarse más allá de la perspectiva puramente deportiva o policiaca, pues los grupos de aficionados radicales, presentes en todos los países donde el futbol es negocio, han establecido complicidad con líderes políticos, autoridades e incluso con miembros del crimen organizado. Para el académico de la FES-Aragón, no es posible aislar este deporte de su contexto social, del cual refleja casi todos sus valores, aspiraciones y problemas. El futbol, sostiene Sánchez Gudiño, florece en una sociedad permeada por la violencia y la injusticia, regida por el criterio del beneficio inmediato que genera marginación y pobreza y profundiza las desigualdades sociales y económicas. En cualquier lugar del mundo, gran parte de los fanáticos, los grupos de animación y los grandes talentos del futbol provienen precisamente de los barrios más marginales, destaca el doctor en Ciencia Política por la UNAM. Enrique Rivera señala que las respuestas ante estos hechos ameritan estrategias integrales, con medidas de concientización para los aficionados, además de programas de seguridad, que deben hacerse extensivos a los sitios públicos de congregaciones masivas. Por su parte Samuel Martínez no descarta el riesgo de que los fanáticos ultras vuelvan a atraer los reflectores por cometer actos vandálicos en torno al Mundial en Rusia e incluso la posibilidad de ataques terroristas. Sin embargo pide no olvidar que siguen siendo comunes otros tipos de violencia no física en el futbol, como la discriminación racial o de género que se deben erradicar.
Luis Cáceres sugiere que dentro de las transmisiones de los partidos se incluya más información sobre aspectos tácticos y técnicos para darle un sentido diferente al futbol como espectáculo y así contribuir a racionalizarlo, sin descartar su lado emotivo y pasional, pues muchas familias se congregan los fines de semana y conviven a través de este juego. “Disminuir la posibilidad del anonimato con sistemas como cámaras de vigilancia e incrementar los referentes técnicos y tácticos del futbol, que permitan disfrutarlo de una manera no sólo emotiva, sino también racional, pueden ser elementos para prevenir la violencia”, finaliza.