Morelos, visto por el liberal Bustamante y el conservador Alamán

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José María Morelos y Pavón, uno de los líderes más carismáticos del movimiento independentista de México, tuvo tres etapas en su vida durante esa insurgencia iniciada en 1810. En la primera aparece un Morelos pleno de libertad; la segunda se caracteriza por el peso de los triunfos, y la última abarca desde el aturdimiento hasta el despojo y la depresión.

Lo anterior se desprende de las versiones que los historiadores Carlos María de Bustamante -insurgente- y Lucas Alamán -conservador- hicieron de la biografía de Morelos, aunque él mismo hizo su propia semblanza, al dar rasgos de su vida en el proceso seguido en su contra por insurrecto, dijo el doctor en Historia por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Sorbona de París, Carlos Herrejón.

Como parte del ciclo de conferencias ‘Nuevas interpretaciones de la historia nacional’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM), Herrejón intervino con el tema “Morelos: entre Bustamante y Alamán”, con la intención de revisar la vida de este personaje de la historia nacional desde dos perspectivas distintas.

El historiador explicó que Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán aprovecharon como fuentes de información los documentos del juicio a Morelos y buscaron algunas otras para escribir, no una biografía, sino una crónica del proceso al jefe insurgente.

La intención de Bustamante era rescatar la memoria de la insurgencia, que se opacaba con el tiempo. Tuvo a su alcance documentos realistas e independentistas, además de que él trató al caudillo y, como era periodista, se le facilitaba la redacción de la causa judicial de Morelos.

Comentó Herrejón, quien también es maestro en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma, que el inconveniente con Bustamante es que no moderaba su exaltación patriótica, perdía el hilo de su narración e insertaba documentos valiosos que no estaban en su lugar y perdía fuentes, en una especie de estilo barroco republicano.

Con relación a Morelos, la postura de Bustamante siempre fue incondicional y constante, aunque llegó a reprocharle cierto autoritarismo y aturdimiento; sin embargo, el Generalísimo no hacía caso de sus consejos.

Por su parte, Alamán se dio a la tarea -con otra óptica- de releer las fuentes de Bustamante y el resultado fue un cúmulo de información que debió procesar con rigor germánico. Partidario del orden y las instituciones, cuando escribió su historia ordenó los muchos documentos nacionales e internacionales que tenía sobre Morelos, apuntó el historiador.

A juicio de Alamán, quien era conservador, el fracaso de la insurgencia venía de su postura radical. Aunque lo dominaba su inclinación por utilizar las fuentes realistas que denostaban a los independentistas, este escritor admiraba a Morelos al que consideró como uno de los mejores caudillos de la Independencia, pero no pudo disimular el desdén con que veía a la Junta de Zitácuaro.

Las etapas del Morelos Insurgente

En las tres primeras campañas de la guerra de independencia, Morelos aparecía pleno de libertad y optimismo, conjugó bonhomía y seriedad, además de que se rodeó de colaboradores que lo aconsejaron bien. El caudillo era para ellos un maestro que los formaba en el arte de la estrategia, pues a pesar de que no era militar, su capacidad de aprendizaje, su carisma de líder y caudillo, así como su gran dominio del lenguaje, lo llevaron a convertirse en un gran estratega.

Aseguró Herrejón -miembro de número de la Academia Mexicana de Historia- que en el éxito de sus primeras campañas contribuyó la cercanía con su ejército, conocía a sus soldados por sus nombres y compartía la comida con ellos. Desde entonces las enfermedades acosaron al Generalísimo, pero en las batallas se ponía a las puertas de la muerte y tardaba eternidades en recuperarse.

Morelos siempre insistió en que los independentistas novohispanos tenían más razones para levantarse en armas por su libertad, que los pobladores de Norteamérica.

Las contradicciones por ser insurgente y sacerdote se resolvían en su imaginario emblemático: religión y Patria, puntualizó el conferenciante. Estaba consciente de que la violencia y el ministerio religioso eran incompatibles, pero nunca dejó de interesarse por la religión, siempre se preocupó de que hubiera capellanes en el ejército y curas en las iglesias de los pueblos que recorría en sus batallas, hasta él mismo llegó a oficiar misa o dar los sacramentos a los moribundos.

La segunda etapa del Morelos insurgente -explicó el doctor Herrejón-, comenzó a partir de su triunfo en Oaxaca, ya desde entonces acumuló poder y los historiadores aún no saben si el peso de los triunfos cambió su personalidad. Los años 1812 y 1813 representaron el clímax de la insurgencia, lo cual significó una crisis para Morelos porque la ambigüedad del caudillo sobre si el movimiento iba o no contra el rey de España, provocó una fractura en la cúpula, pues ante los condicionamientos de la junta de Zitácuaro, presidida por Ignacio López Rayón, y aconsejado por Bustamante, Morelos decidió crear un Congreso y dejar atrás las juntas.

Esta situación propició intrigas de Rayón, José María Liceaga y José Sixto Verduzco, porque Morelos determinó que pasaran a formar parte del Congreso, de manera que resultó como la misma Junta de Zitácuaro, pero aumentada. Además, propuso que los congresistas votaran por un presidente del Congreso, que recibiría el grado de Generalísimo, cargo que obviamente recayó en el propio Morelos.

Así, de Oaxaca a Chilpancingo se construyó u nuevo modelo de poder, pero Rayón consideró como un golpe de Estado el hecho de que Morelos fuera nombrado Generalísimo, sostuvo el expositor. En Chilpancingo, Morelos adquirió el título de ‘Siervo de la Nación’, basándose en el Evangelio, pues tomaba muy en serio la amenaza del infierno en el juicio final y sentía una gran atracción por la disciplina.

Luego vendría su declive, caracterizado por el aturdimiento, despojo y depresión, porque Morelos sufrió la vergüenza de dos procesos judiciales, la destitución del sacerdocio y la condena a muerte. Entonces, su doble personalidad de cura y caudillo lo condujo a una especia de impasse. En ese tiempo, Rayón dijo que Morelos volvería a sus oficios de cura, lo que nunca sucedió.

El Congreso instaurado por Morelos había decidido quitarle el poder que tenía dentro del mismo, aunque le dejó el título de Generalísimo. De manera que los diputados concretaron su plan de agrandar el Congreso; entre los abogados que tomaron la voz cantante, y los amigos Rayón que dominaban la otra parte del Congreso, llevaron a cabo la expulsión del caudillo como su presidente.

Finalmente llegó el desaliento, porque a Morelos le habían encomendado la ejecución masiva de prisioneros, lo que por obediencia y disciplina cumplió, pero esta situación lo hizo caer en un estado de grave depresión, calvario que seguiría hasta la promulgación de la Constitución de Apatzingán, concluyó el doctor Herrejón.