El almuerzo

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Octavio_Raziel_garcia

“El mundo ha perdido su capacidad de asombro” decía André Bretón a Trotsky. Como Platón, pienso que con base en la capacidad de asombro surgen pueblos de filósofos, no de tecnócratas. Por el contrario, nuestro activismo cotidiano nos ha hecho perder de vista la iniciativa y la creatividad.

La ilusión de cuando éramos niños; de cuando nos maravillábamos de lo desconocido; de lo que despertaba nuestra curiosidad; de lo que había por descubrir se ha ido quedando atrás. Cuando nos asombrábamos saboreábamos la vida. Eran ilusiones como proyección al futuro.

        La modernidad nos ha traído la desilusión, la decepción, las ganas de algunos de seguir aferrados a la magia de lo imposible.

        Soñar, animar, alentar, desear con la capacidad de asombrarse.

        Me enfrento al dilema de si integrarme a la modernidad y prendarme de una tableta o a un IPod recibiendo información comprimida con datos que me importan un cacahuete. Frases de dale un me gusta si quieres mucho a tu mamá, dale un me gusta si crees que eres el hijo más maravilloso del mundo; reenvía este mensaje a mil contactos y un Ángel guardián te mandará la señal de que te ira de rechupete.

        Me uno al sentir del recién fallecido escritor Umberto Eco que aseguraba que “las redes sociales le dan derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los necios”

        Mi rutina, en el retiro, es abrir mis ojos y agradecer al que me permite ver un nuevo día. Leer en el ordenador sólo los encabezados de los diarios; la red es una espuma que se lleva el viento, que es efímera; dedico una brevedad a revisar los mensajes de mis amigos. Lo demás merece un borrar automático. Antes de que el sol de Morelos derrita mi sesera salgo a regar las flores que yo mismo sembré, así como los limoneros, un mango, un zapote negro, un guayabo que está floreando, un maracuyá y un chicozapote. Remato con el almuerzo.

Abro el libro en turno en la página que indica el separador y mi mente se sumerge en las maravillas que ha plasmado la mente humana en forma de textos.

        Leer es como meter nuevas vidas en tu vida.

        La capacidad de asombro la creí perdida hasta que aprendí a disfrutar de la paz de mi hogar, de los viajes que hago, de las locuras que aún mantengo como saltar en paracaídas desde 17 mil pies, tirarme en una larga tirolesa sobre un profundo barranco o lanzarme en los rápidos de cualquier río que merezca el título de reto. Observar cómo han ido cundiendo las flores que he sembrado, crecido los frutales, contabilizar lo realizado en la vida; mi misma presencia en este momento es motivo de asombro.