CIUDAD DE MÉXICO.- Una sepsis (infección de la sangre) fue la causa de muerte del delincuente Alfredo Ríos Galeana, considerado el “enemigo público número uno” de México en la década de los 80, quien se encontraba recluido en el penal de máxima seguridad del Altiplano, en el Estado de México.
Fuentes federales revelaron a El Universal que el conocido asaltabancos murió a mediados de diciembre del año pasado en un hospital, donde estuvo internado varios días.
“El Feyo”, uno de los apodos con lo que era conocido, es recordado por su carrera delictiva, sus tres fugas de prisión y por su gusto a la actuación y al canto; se estima que robó más de 20 bancos en la capital del país.
Ríos Galeana nació en 1950, en el estado de Guerrero, y se dice que llegó a la edad de 17 años a la Ciudad de México, donde se enlistó en el Ejército y después pasó a formar parte de la policía.
Según información disponible, en la década de los 70 ingresó como agente del Batallón de Radiopatrullas del Estado de México, que se creó para la protección de bancos. Se dice que como agente del BARAPEM, Ríos Galeana cometió sus primeros robos en complicidad, que después lo convertirían en el delincuente más famoso y buscado por las autoridades de la época.
En los 80, Ríos Galeana creó su propia banda especializada en robo de bancos y tejió redes de complicidad con autoridades que le brindaron protección; sin embargo, en 1983 fue capturado en el estado de Hidalgo e ingresado a una cárcel de esa entidad, donde se fugaría meses después.
Luego, en 1984 las autoridades lo capturaron nuevamente, ahora en la Ciudad de México, pero se logró fugar de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla. Al año siguiente, lo reaprehendieron y lo encarcelaron en el Reclusorio Sur.
El 22 de noviembre de 1986, en una audiencia en el juzgado 33, fue sustraído por diez personas logrando rescatarlo de las autoridades que lo custodiaban, finalmente 12 de julio de 2005 fue recapturado por las autoridades federales estadounidenses en South Gate, California, bajo el nombre de Arturo Montoya después de 19 años prófugo de la justicia y a punto de prescribir sus delitos, cuando intentaba tramitar su licencia de conducir, las autoridades encontraron que coincidían con el ex militar y ex policía con quince delitos que ya habían prescritos, condenado por el delito de homicidio calificado a veinticinco años de prisión, en el penal de máxima seguridad La Palma.
Se sometió a tres cirugías plásticas para cambiar su identidad, compró un título de ingeniero civil de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), grabó un LP y tres sencillos.
Cuando lo capturaron en 1986 mencionó a los policías judiciales que para calmar los nervios antes de atracar un banco primero robaba alguna casa habitación cercana a la institución bancaria que asaltarían. Se comporta como un hombre extremadamente religioso, y dice de sí mismo que “Dios ha perdonado todos sus pecados”.
Ríos Galeana fue un hombre bastante presumido, cuando fue presentado a la prensa en 1985 dijo «soy muy inteligente y mi captura no fue por error, sino por un chivatazo de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel creo que continuaré con mis actividades delictivas», a pesar de ser tan jactancioso reconoció al comandante José Luis Aranda Zorrivas causante de su aprehensión «soy muy inteligente, pero él lo fue más que yo, y eso hay que reconocerlo. Nadie debe pararse el cuello con mi detención; el comandante tuvo perseverancia, destejió la madeja y llegó a mí».
Carlos Monsivais publicó en El Universal en 2005 el texto “El mayor asaltante bancario”, donde recupera una frase del propio Ríos Galeana: “soy el hombre que en México y en el Mundo ha cometido más asaltos bancarios”.
Monsiváis lo retrata como un hombre que sabe que es un personaje, casi una leyenda. En sus declaraciones no se considera inocente “eso sería indigno”. La película “Mexican Gangster” retrata la vida de Ríos Galeana, “El Feyo”, y su faceta de cantante como “charro enmascarado”.
A continuación, se reproduce parte de una estampa de su vida publicada por el semanario Proceso en diciembre de 1986 (número 527) y escrita por el ya fallecido cronista Carlos Monsiváís.
El mayor asaltante bancario
Nerviosa, la procuradora del DF Victoria Adato de Ibarra le presenta al enjambre de reporteros a su detenido, un hombre sonriente y cínico. Si ya en 1981 Ríos era jactancioso, en enero de 1985, consciente de la atención de los medios masivos y de su status de celebridad, es desafiante y se explaya. Al fin y al cabo, él es el Enemigo Público número Uno, el presidente de la criminalidad:
–”Soy el hombre que en México y en el mundo ha cometido más asaltos bancarios. Soy muy inteligente y mi captura no fue por error, sino por un chivatazo de uno de los elementos de mi banda. Cuando salga de la cárcel creo que continuaré con mis actividades delictivas… No me siento orgulloso de lo que hice; sin embargo puedo decir que nunca me arrepentiré de mis acciones; me gusta el dinero, vestir bien, pasearme y convivir con mujeres, y el único modo de lograrlo era con robos.
Asesiné a varios policías que trataron de impedir los asaltos, pero al planear las acciones nunca tuvimos intención de hacerlo. Ni modo, son cosas que ocurrieron y que ahora no puedo remediar. En los asaltos siempre actuamos con el factor sorpresa. Todos los atracos los planeábamos perfectamente, a modo de que nada saliera mal y que no pudiéramos ser capturados. Repito, mi aprehensión no fue por error, sino por un chivatazo de uno de mis compañeros.
Soy muy inteligente, pero él (su captor Aranda Zorrivas) lo fue más que yo, y eso hay que reconocerlo. Nadie debe pararse el cuello con mi detención; el comandante tuvo perseverancia, destejió la madeja y llegó a mí”.
El lenguaje es cuidadoso, se apropia del habla de los juzgados y de la nota roja, y acata el juridiñol. Pero aún Ríos conoce límites. No acepta muchos cargos, declina la responsabilidad en varios asaltos, y niega todo vínculo con la guerrilla y con el narcotráfico. Lo que le interesa es destacar el sentido del honor y del mérito criminales que ha extraído de la novela y del cine policiacos. Por lo menos, está al tanto de la mitología que ensalza al policía-ladrón Vidocq, a Nick Carter y Arsenio Lupin, a los robos perfectos, a los cínicos que sonríen con generosidad, a los que respetan su propia leyenda. Ríos es y se sabe un personaje, y lo subraya a cada paso. Nada más lejano a él que la conciencia de culpa. Desde hace mucho memorizó lo esencial: sus reglas de juego se inician y se extinguen en el dinero.
–¿Que cuánto me llevé en los asaltos?… No sé, no llevo contabilidad, fue muchísimo. Con los millones ayudé a mucha gente pobre. Incluso di medio millón a través de otras personas para las víctimas de San Juan Ixhuatepec. No soy héroe ni pretendo constituirme en un Chucho el Roto, pero también traté de ayudar económicamente a las familias de los policías que maté. Desgraciadamente, nunca pude hacerlo.
En la sociedad del espectáculo, una celebridad cumple con sus deberes. No se trata de negar los hechos que edifican el mito, y Ríos Galeana nunca lo hace. Declararse inocente sería, además de inútil, indigno. Una celebridad asume las causas de su fama. Con avidez, Ríos pregona su implacabilidad, su astucia, su sangre fría, su deseo de proseguir.
Rico, famoso y en libertad
En el dormitorio 9 del Reclusorio Sur, de los reos de “alta peligrosidad”, Ríos Galeana se convierte, aseguran numerosos testimonios, en el mayor, “el más fregón”. Videocasetera en la celda, guaruras a su servicio, su mujer (una de ellas) que permanece a su lado hasta 8 días seguidos. Además, toma clases de pirograbado, juega futbol y levanta pesas, pertenece al círculo de lectores. Una conveniente diversificación de intereses para quien está acusado de asociación delictuosa, robo, daño en propiedad ajena, homicidio, disparo de armas de fuego, acopio de armas, robo de armas de la nación, lesiones y evasión de reos.
Y el sábado 22 de noviembre al mediodía, Ríos Galeana se fuga del Reclusorio, cuando apenas ha cumplido un año diez meses de su condena de 40 años. La secuencia de la fuga es obviamente cinematográfica: a la una de la tarde, sesiona el juez trigésimo tercero en materia penal, licenciado Alfonso Corona Tapia. En ese momento, hay en el juzgado cerca de 40 personas, entre funcionarios, empleados y familiares de los presos. Apenas iniciada la diligencia, irrumpen siete hombres y tres mujeres, con granadas y metralletas. Hacen estallar una granada y conminan: “Tírense al suelo. No quieran ser héroes. El que se mueva se muere”. Luego golpean brutalmente a cuatro custodios. Ríos y sus acompañantes hacen un boquete y ganan los pasillos de la entrada principal. Llevan pistolas calibre .45 y tres granadas de armas (que les ha proporcionado el custodio José Bautista Conde, aún prófugo).
La operación dura alrededor de quince minutos. Los trece presidiarios y sus cómplices desconectan los teléfonos, advierten a los presentes que sigan tirados diez minutos más, si no quieren perder la vida, y los despojan de las llaves de sus autos. Luego escapan por el juzgado 33 y por la zona de aduana y se llevan los autos de los sorprendidos. Se dice que Ríos utiliza un Mustang rojo. Algunos de los prófugos lo son por poco tiempo. Carecen de recursos o son inhábiles, al ser capturados, llaman “traidor y cobarde” a Ríos Galeana y aseguran que el director del Reclusorio, Salvador López Calderón, recibió 70 millones de pesos por permitir la fuga (según otra versión, tampoco comprobada, fueron 200 millones).
En la historia del crimen organizado en México la impunidad es el tributo que la virtud pública le rinde al vicio.