(Tercera y última parte)
“La lengua en la mano puede ser sobre todo la posibilidad de traducir a las páginas en blanco aquello que antes era intraducible, pero también puede uno encariñarse con una placentera y exploratoria relación o por una verdad tajantemente exhibida por la lengua cuando se monta sobre la mano y produce escritura”, advierte Margo Glantz sobre su libro titulado precisamente ‘La lengua en la mano’.
Y la lengua de Glantz se ha montado sobre su mano para producir escritura, textos que han sido editados, leídos y estudiados por varias generaciones, y que con motivo de su cumpleaños número 90 mereció un reconocimiento durante el seminario ‘Celebrando a Margo Glantz’, convocado por el director del Centro de Estudios de Historia de México (CEHM), doctor Manuel Ramos Medina.
La politóloga, poeta y editora Carla Faesler -una de las participantes- hizo una comparación entre el “zapping” (cambio rápido y continuo de canales del televisor por medio del control remoto) que propone la idea de que no hay solo un espacio que iluminar, sino muchos puntos de luz que alumbrar y entrever, no sólo con la escritura de Margo Glantz, sino también con su estética, con su propensión o afición por la crudeza, lo desnudo, lo desprovisto de decoración, que ella traduce en lo inicial, lo extravagante y la manera en cómo desmenuza sus objetos de observación en su estructura fragmentaria de narrar.
Para Faesler, este cambio continuo de imagen y de reflexión es una historia cultural compartida que no se centra en lo local; la de Glantz es una razón universal, un mapa intelectual que abarca la literatura y el fenómeno sociológico internacional desde la década de los treinta hasta nuestros días.
Margo Glantz se monta en el presente, vive de actualidad; por ejemplo, en “Yo también me acuerdo” es refrescante seguir las peripecias de la escritora en Twitter, donde lo mismo se queja de las luminarias encendidas todo el tiempo de su barrio y el abandono de su patrimonio histórico, que comparte y comenta en simultáneo sobre lo que está leyendo en ese preciso momento.
En opinión de Faesler, en la escritura de Margo Glantz hay personajes inverosímiles y espeluznantes; en la belleza se perciben los olores tanto de las rosas como el de la basura en descomposición y esta podría ser una síntesis de su poética, de la cual también podría hacerse una lectura psicoanalítica. “Atisbamos -dijo- lo que sucede en el interior de Glantz tal y como es, sin máscaras, la vemos atravesando la realidad con el sesgo de su cuchillo de carnicero y con su ojo aguja de joyero enhebrando su muy personal collar de mil cráneos llenos de intelecto y experiencias; así los libros de Margo terminan encarnándose en nuestro cuerpo con todo el dolor, el gozo, el tormento y el erotismo que su poética emana fulgurante”.
En tanto que Analía Couceyro, actriz y directora teatral argentina, reconoció que durante un largo tiempo estuvo segura de que Margo Glantz no existía, que era un personaje de ficción; leía a Mario Bellatín y en uno de sus libros apareció el nombre de Margo Glantz e inmediatamente pensé que era un hermoso invento del escritor, un nombre hecho todo de ficción, dijo.
“Para mí que hablo alemán, explicó Couceyro, la combinación de Margo con Glantz, que significa brillo, sonó de inmediato como una construcción extraordinaria, como nombre de estrella glamorosa; sostuve esta creencia por algún tiempo hasta que descubrí que mi ignorancia era extrema: Margo Glantz no sólo era un ser humano, sino una elogiadísima escritora, una diosa de las letras mexicanas”.
Entonces, continuó, “salí a buscar la obra de Glantz y no encontré sus libros, estaban agotados y no se habían reeditado, finalmente hallé dos, leí las contratapas, ambos me interesaron, también miré las fotos de la escritora y me gustó, es coqueta, me cae simpática, su imagen coincide con ese nombre fantástico, y como tenía poco dinero me compré el más barato: ‘El rastro’”.
“En casa devoré el libro y el subrayado -que siempre acostumbro- fue feroz. La voz del personaje, Nora García, era tan nítida que la escuchaba, me escuchaba ya también a mí hablando como Nora, ese nombre que Margo Glantz tenía en la cabeza y no sabía qué hacer con él hasta que un día escribió la novela, que le robaríamos para el teatro con su consentimiento entusiasta”.
“Después de conocer a Margo Glantz, su vitalidad, inteligencia, recuerdos, chistes, así como sus chismes sobre seres siniestros y miserables, suman ya una capa más a la voz de Nora García, esa que escuchaba en la primera lectura de “El rastro” y que a través de estos años se asentó para estar ya siempre adobada por este otro rastro de la voz de Nora, ahora teñida con un acento argentino”, remató la actriz.
Entra tanto, la poeta, ensayista y catedrática argentina Tamara Kamenszain aseguró que Margo Glantz, el supuesto varón que para los jóvenes escritores argentinos de los 70 había hecho la selección, pero, sobre todo, que había escrito ese brillante estudio preliminar de ‘Onda y escritura en México’, el libro que publicó la editorial Siglo XXI en 1971, les daba identidad y autorización a nuestras primeras pasiones vocacionales; por eso lo leíamos y releíamos con admiración.
“Lo cierto es que el varón que nosotros creíamos era el crítico que nos ponía en contacto con el movimiento de jóvenes narradores mexicanos, fue la única mujer que de un modo u otro podemos identificar con ese movimiento, porque los que conformaban ‘la onda’ eran todos hombres”, precisó.
Y cuando hoy el filósofo italiano Giorgio Agamben dice que la tarea política de las generaciones futuras consiste en la profanación de lo improfanable, no alude a otra cosa que aquello de lo que Margo Glantz ya nos alertaba en los 70 y que una década más tarde volvió a poner el reloj en hora, ‘La onda diez años después, epitafio o revalorización’, un ensayo que escribió en 1981, en el cual con el humor ácido, inteligente y transgresor que la caracteriza, lanza preguntas-respuestas como dardos para una reflexión que interpela al lector a la manera que lo hacen los manifiestos.
Margo se expresa aquí para reposicionarse, enterrando al mismo tiempo que revalorizando, lo que una década antes consideró que era algo nuevo en la narrativa mexicana. “La obra de Margo es un permanente ejemplo de cuando lo nuevo desecha lo meramente novedoso y se actualiza a pura maduración”, sostuvo la catedrática argentina.
Para cerrar el seminario, la traductora y docente de la Universidad Federal de Sao Paulo, Brasil, Paloma Vidal, conversó sobre el libro “Apariciones” de Margo Glantz, con quien -dijo- comenzó a intercambiar correos electrónicos a finales del año 2000 porque iba a traducir esa obra para una colección de mujeres escritoras latinoamericanas, y se enamoró de la escritura de Margo, una escritura que tiene duplicidad, una doble valencia que es un modo de pensar y crear espacios comunes para la literatura y el ensayo.
En opinión de Vidal, este libro de Margo transita por afectos entre el placer, la violencia y el goce, multiplica personas a través de un despliegue de voces en primera persona y dirigidas a otro, en segunda persona dirigidas a Dios o al amante o a la otra de sí misma, la que escribe que por momentos se ve observada desde fuera como si se estuviera viendo en una escena al lado de otro. La complejidad y la multiplicidad de la escritura responden a una necesidad de hablar del deseo, terreno que comparten en el libro la escritura y el amor.