Lejos aún del pico de coronavirus y a las puertas del invierno austral, Brasil camina hacia una tormenta perfecta con la curva del COVID-19 al alza, el inicio de la temporada de influenza, el final de la de dengue y brotes activos de otros virus que creía superados, como el sarampión.
Lejos aún del pico de coronavirus y a las puertas del invierno austral, Brasil camina hacia una tormenta perfecta con la curva del COVID-19 al alza, el inicio de la temporada de influenza, el final de la de dengue y brotes activos de otros virus que creía superados, como el sarampión.
Mientras se llenan las unidades de cuidados intensivos de los hospitales, el presidente Jair Bolsonaro sigue enfrascado en una “guerra política” contra las medidas de aislamiento de los Gobiernos regionales y a favor de la vuelta a la normalidad.
En esa cruzada ya han caído dos ministros de Salud en menos de un mes: Luiz Henrique Mandetta, defensor acérrimo de las cuarentenas, y Nelson Teich, que se negó a recomendar la cloroquina para todo tipo de pacientes con coronavirus, como desea el líder ultraderechista.
Los dos eran médicos y ahora, con la curva en plena escalada exponencial, la cartera de Salud está en manos, de forma interina, de Eduardo Pazuello, un general del Ejército sin experiencia en el área.
Hasta este sábado, Brasil registraba 233 mil 522 casos confirmados de COVID-19, superando ya a Italia y España, y 15 mil 662 muertos, el sexto país con más fallecidos -por detrás de EU, Reino Unido, Italia, España y Francia-, reforzándose como uno de los focos globales de la pandemia.
El pico está previsto que se alcance en las próximas semanas, aunque el coronavirus no será la única emergencia sanitaria a la que tendrá que hacer frente el precario sistema brasileño de salud pública.
UNA COMBINACIÓN “EXPLOSIVA”
La expansión del coronavirus, que llegó a Brasil en febrero, se produce en medio de otros brotes infecciosos que ya venían preocupando a las autoridades sanitarias.
El país ahora está superando el pico de dengue, transmitida por el mosquito Aedes Aegypti, que también es portador del virus del Zika, la fiebre amarilla y el chikunguña, que suele ser en abril y mayo.
Según el último boletín del Ministerio de Salud, en lo que va de año se han notificado 676 mil 928 casos probables de dengue, con una tasa de incidencia de 322 casos por 100 mil habitantes, y 265 muertes.
A partir de junio, con la llegada del invierno austral, los casos de dengue bajan, pero suben los de gripe común y otras enfermedades respiratorias.
En 2019, Brasil, que cuenta con una población de 210 millones de habitantes, registró mil 122 muertes por los tres tipos de influenza, según datos oficiales.
Este año a la influenza y el dengue se suma el COVID-19 y con ello la dificultad de diferenciar cada caso, pues los tres virus provocan síntomas similares en los primeros días de la enfermedad.
“Esa combinación es bastante explosiva”, explica el doctor Adriano Massuda, profesor de salud colectiva en el centro de estudios privado Fundación Getulio Vargas (FGV).
Mauricio Lacerda, investigador de la Fundación de Amparo a la Investigación del Estado de Sao Paulo (FAPESP), trabaja en el hospital de Sao José do Rio Preto y asegura que “las perspectivas son muy malas” de cara al invierno.
“Aquí en el hospital ya tenemos pacientes de influenza, de COVID-19 y de dengue, y tuvimos muertes por las tres. Es una situación muy complicada” y que “sobrecarga demasiado” la red pública.
A todo esto hay que añadirle también brotes de sarampión que continúan activos en las cinco regiones de Brasil: norte, nordeste, centro-oeste, sudeste y sur.
En lo que va de año se han reportado dos mil 910 casos de sarampión, casi la mitad de ellos en el estado de Pará, también uno de los más afectados por el coronavirus, y tres fallecidos.
“El sarampión está volviendo a Brasil, presenta una cobertura de inmunización baja y puede ser un problema más”, advierte Massuda.
En 2019, hubo en todo el país 18 mil 200 casos de sarampión y 15 muertes, 14 de las cuales en Sao Paulo, hoy el epicentro brasileño del COVID-19.
DENUNCIAN FALTA DE INVERSIÓN EN EL ÁREA DE LA SALUD
El desafío para el Sistema Único de Salud (SUS), que engloba toda la red de hospitales públicos y del que dependen el 75 % de los brasileños, será enorme y más aún con el problema crónica de financiación que sufre.
Para Massuda, la política de austeridad fiscal, que empezó con el Gobierno de Michel Temer (2016-2018) y continuó con Bolsonaro, ha agravado esta situación.
Según informes de organizaciones de derechos humanos, desde que a finales de 2016 se aprobó un polémico techo de gastos presupuestario, Brasil ha dejado de invertir en el sector salud unos 30 mil millones de reales (hoy unos 5 mil 170 millones de dólares).
Aunque el problema se arrastra de antes, pues, según esos cálculos, entre 2007 y 2019, la falta de recursos ha provocado una reducción de 49 mil camas de cuidados intensivos en el país.
“Los laboratorios del sistema de salud pública están desmantelados y eso no es de seis meses atrás, es de diez, quince años. Eso atrasó la detección y el diagnóstico del coronavirus y ahora los hospitales van a pagar un precio enorme”, sentencia Lacerda.