ABANICO/ De ruidos, prejuicios y otros demonios

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Por Ivette Estrada

En la mitificación del líder tendemos a asumirlo como fuerte, motivado, decisivo y seguro. Pero en la realidad también debe transitar por habilidades como autoconciencia, humildad y compasión. Implica cruzar de la efectividad y confianza convencionales a atreverse a reconocer la propia vulnerabilidad y humanidad.

La transición de la efectividad legendaria y del poder sólido a la capacidad de motivar con los miembros de un equipo de trabajo y partes interesadas, es una necesidad. Se evidenció a partir de la pandemia mundial de Covid-19. El éxito empresarial no se limitó a “hacer bien” las cosas, como siempre se hicieron, sino emprender diálogos y establecer faros de motivación dentro de la incertidumbre donde deambulábamos todos.

Traspasar la obscuridad y el miedo implicó revalorar la fuerza del convencimiento y la unión. El líder debió asumir un rol de inspirador. Y esto prevalece hasta ahora.

En este momento, el mundo cambia rápidamente. La geopolítica es muy compleja, la tecnología presenta un gran impacto y el cambio climático es una realidad que no desaparecerá. El paradigma de liderazgo entonces cambia radicalmente.

Ya no es el mejor el que nos guía, sino quien es capaz de inspirar y crear. Aquel que ya develó su propio propósito y la capacidad de dar algo único al mundo. Solo esta convicción interna permite inspirar. Es la argamasa con la que se edifica la voluntad y el sentido.

La autorreflexión devela para cada uno sus fortalezas y propósitos de vida, en sus diferentes facetas y roles. También permite estar más conscientes del propio comportamiento, ideas, palabras emitidas y logros parciales de la gran tarea autodevelada. Es, al unísono, la columna vertebral del liderazgo humanitario.

La gran fortaleza de los líderes es descubrir quiénes son, cuál es su propósito y qué los motiva. Es detentar el poder de dentro hacia afuera. Acallar el ruido del trajín cotidiano, de los insustanciales reclamos de autoridad que por años se endilgaron, resquebrajar modelos antiguos de acción y decisión, adentrarse en un silencia que permite conformar una idea fidedigna de quiénes somos, para qué y por qué.

Son las preguntas milenarias, las que llevan al destino y el que imbuyen de un propósito toda gestión.

El autoconocimiento, que aparece tras la autorreflexión, de los largos soliloquios e introspección, es lo que conlleva a liderar a otros. Es un proceso en el que se hallarán valores como humildad, confianza, altruismo, vulnerabilidad…es lo que permitirá el liderazgo humanista, porque ya se arrancaron las caretas e imposiciones sobre “lo correcto”. Porque es cuando se permite al líder simplemente ser.

La conversación con uno mismo, abrir las puertas de la propia conciencia, inicia en momentos de soledad y silencio, de calma plena. No cuanto el ruido ensordece y embauca, no con escenarios de velocidad y caos. No en medio de los demonios que socavan paz ya abonan a la confusión. Es acallar los ruidos de todo, hacer a un lado prejuicios y reflexionar sobre uno. Es rehusarse a despertar con la conexión inmediata a los teléfonos móviles y computadoras para adentrarse en la fantástica aventura de poder comulgar con quién es verdaderamente el incipiente líder, aquel que se atreve a dar un salto al humanismo que prevalecerá hasta siempre.