ABANICO/ Simbiosis peligrosa

0
3

Por Ivette Estrada

Acoso y techo de cristal no siempre son independientes. A veces conforman una peligrosa dualidad normalizada socialmente. El primer paso para desbaratarla es nombrarla, según George Salinas, director académico de la Universidad de la Comunicación.

Para el académico, son dos caras de un mismo sistema: uno visible y directo, el otro silencioso y estructural. El acoso actúa como un mecanismo de control inmediato, mientras que “el techo de cristal opera como una barrera difusa que limita el crecimiento, la autonomía y la voz de quienes lo enfrentan”. Cuando conviven ambos, crean una simbiosis que desgasta, invisibiliza y normaliza desigualdades.

Lo más inquietante es que casi no se nombra esa relación. Se habla del acoso como un acto individual y del techo de cristal como” un problema organizacional”, dice Salinas, pero pocas veces se reconoce cómo se alimentan mutuamente. Uno sostiene al otro. Uno castiga, el otro limita. Y juntos generan un ambiente donde muchas personas sienten que deben “agradecer” simplemente por existir en espacios que deberían ser plenamente suyos.

El acoso —sea sexual, psicológico o laboral— funciona como una forma directa de disciplinar, intimidar o silenciar. No siempre es explícito, a veces se manifiesta en comentarios “inocentes”, exclusiones, bromas, insinuaciones o presiones sutiles. Pero su efecto es claro: reducir la autonomía y la seguridad de la persona que lo recibe.

En tanto, el techo de cristal no es un acto puntual, sino “un sistema de barreras invisibles que impiden avanzar. No se ve, pero se siente: oportunidades que no llegan, decisiones que se toman sin ti, evaluaciones más duras, expectativas contradictorias “, comenta el directivo de la Universidad de la Comunicación.

Entonces el acoso crea miedo, desgaste y autocensura. El techo de cristal, de manera simultánea, aprovecha ese desgaste para justificar la falta de ascenso o reconocimiento. Y el ciclo se retroalimenta.

Si alguien denuncia acoso, se le tacha de “conflictivo”, lo que refuerza el techo de cristal. Cuando intenta romperlo, puede recibir acoso como castigo por “atreverse”. Si calla para proteger su carrera, el sistema se mantiene intacto. Es una alianza silenciosa entre lo individual y lo estructural.

Rara vez se habla de esta relación porque nombrarla implica aceptar que no son problemas aislados, sino síntomas de un mismo sistema de poder. Y eso incomoda. Obliga a mirar más profundo, a cuestionar dinámicas normalizadas y a reconocer que no basta con “políticas” si no se transforman las culturas, vaticina Salinas.

Esta simbiosis representa un desgaste invisible.

Autocensura constante: Cuando alguien vivió o teme experimentar el acoso, empieza a medir cada palabra,  gesto, prenda de vestir que usa, interacción en la que se involucra… No porque quiera, sino porque aprendió que “cualquier cosa” puede ser usada en su contra. Esa autocensura alimenta el techo de cristal: quien se autocensura parece “menos visible”, “menos líder”, “menos presente”.

  1. Hipervigilancia emocional: Estar siempre alerta desgasta. Se vive con la sensación de que hay que anticipar reacciones, evitar conflictos, suavizar opiniones. Ese desgaste emocional reduce energía para crecer, proponer, arriesgar.
  2. Normalización del malestar: Frases como “así es él”, “no te lo tomes personal”, “mejor ignóralo” hacen que el acoso se vuelva parte del paisaje. Y cuando el acoso se normaliza, el techo de cristal se vuelve más sólido: si lo que duele no se nombra, tampoco se cuestiona lo que limita.
  3. Culpa internalizada: Muchas personas llegan a creer que si no avanzan es porque “les falta algo”, cuando en realidad navegan un sistema que las desgasta y las frena simultáneamente.

En suma, la simbiosis funciona así: el acoso desgasta y silencia; el techo de cristal aprovecha ese silencio para justificar la falta de avance. Y cuando alguien intenta romper el techo, el acoso aparece como mecanismo de corrección, sentencia el director académico.