Por Ivette Estrada
Es una herencia de la generación silenciosa: el padre que llega rendido a casa después de horas extras a veces auto impuestas. Es el horror de las oficinas gubernamentales que palian el exceso de burocratismo con jornadas extenuantes. Es la conversión dolorosa de trabajadores en máquinas. Es el surrealismo en el que muchos nos sumergimos para anestesiar la consciencia y también la burda filosofía clerical para cumplir el precepto de “ganar el pan con el sudor de la frente”. Es, en términos simples, el adicto al trabajo.
¿El workoholic estaba muerto? No. Sólo el Covid-19 le otorgó efímera parranda. Le dio la posibilidad de ver vida más allá de las paredes de la oficina. Pero el eterno oficinista retoma sus viejos hábitos. No puede prescindir de las horas extras, porque lo crean o no, es “oxígeno” para él. Es lo único que le da sentido a su vida. No el amor ni el arte. Esos los elimina de su vida.
Casi todo el mundo trabaja más allá de las especificaciones de su trabajo. Esta actividad adicional se conoce como comportamiento de ciudadanía organizacional (OCB). Incluye quedarse hasta tarde en la oficina, trabajar los fines de semana, ser la persona a la que acudir para las preguntas de los colegas, asumir proyectos extras indefinidamente.
Es un comportamiento discrecional que no se recompensa explícitamente, aunque puede ayudar a las organizaciones o equipos a desempeñarse bien.
Gracias a estos beneficios, OCB a menudo se promueve implícitamente. Tal vez un gerente destaca el comportamiento ejemplar de los empleados, o elogia a las personas que van “más allá” con respecto a OCB. Esta narrativa sutil se llama presión ciudadana.
Sin embargo los efectos del OCB llegan hasta la casa y pueden representar un riesgo en la comunicación, integración y armonía familiar. Desestabilizar el mundo familiar.
Todo parte de una premisa: el nivel de energía percibido de las personas determina su capacidad para llevar a cabo sus intenciones. Cuanta más energía tenga un empleado, más capaz se sentirá de realizar una actividad. Entonces, la fatiga interfiere en los roles familiares.
Aunque algunos OCB en realidad pueden ayudar a regenerar los niveles de energía de los empleados, es la presión para ir más allá del llamado del deber lo que contribuye a la fatiga, por lo tanto, la percepción es más fuerte que la acción.
Conviene entonces analizar en qué grado distribuimos la energía y establecer balances efectivos entre la vida profesional y personal.
Más aún: crece lentamente la noción de que más tiempo no incide en más trabajo y menos aún en mejor calidad. El concepto de productividad ronda ya la consciencia de muchos y es hora de desbaratar peligrosos paradigmas de compromiso y eficiencia.
No somos trabajadores como esencia primigenia, sino personas con responsabilidades laborales. Centrarnos en la percepción de personas nos permite asumir de una manera más benigna y holística de lo que somos.
Con ello, tenderemos a elegir nuestras causas y a comprometer nuestra energía y capacidad de transformar y hacer no sólo en la acotación laboral, sino en cada una de nuestras facetas y roles.
Es momento de la realización plena. El workoholic debe extinguirse y abrir sus experiencias de vida más allá de las cuatro paredes de su oficina.