(Agencia UNAM) El sismo del 19 de septiembre nos enseñó que levantar el puño significa guardar silencio y escuchar al otro: a quien está bajo los escombros, al vecino, al amigo, a quien necesita ayuda o al que está ahí para tender la mano. Y fue esta disposición a prestar oído la que hizo que Con el puño en alto —poema de Juan Villoro publicado el 22 de septiembre en el diario Reforma— comenzara a diseminarse por las redes como un murmullo susurrado de celular a celular, como un grafiti copiado de un muro digital a otro o como un mensaje electrónico arrojado al mundo tal y como se lanza una botella al mar. Las personas compartían estos versos masivamente quizá porque ponían palabras a aquello que sentían, mas no podían expresar.
“Fue una sorpresa que este texto tuviera tal repercusión porque en esos momentos la gente no pensaba en leer. Ni siquiera yo lo hacía porque mi interés era participar en tareas de apoyo como casi todos los mexicanos: fui a centros de acopio e incluso di hospedaje a amigos que habían perdido su departamento”, señaló Villoro.
Por ello causó sorpresa que, en medio del desconcierto de vivir en una ciudad golpeada que aún no atinaba a ponerse de pie, el texto se esparciera con tal rapidez que no bien caía la noche del viernes y ya había en YouTube un par de videos basados en el poema, muchas personas tenían memorizados versos del mismo —aunque no el nombre del autor— y ya aparecían en periódicos y portales algunas notas sobre esta obra transmitida de boca en boca.
De visita en el Museo Memoria y Tolerancia para inaugurar una ofrenda en honor a las víctimas del 19-S, Villoro confesó que él nunca escribe poesía y que por lo mismo “estos versos me salieron de algún lugar del cuerpo o del alma, si es algo como el alma existe, y me parece que más que a una clasificación literaria responden a un género sismológico, pues son una réplica de lo que yo, como muchos otros, sentimos después de aquel día”.
Esto explica por qué en este caleidoscopio de escenas nadie quedó fuera: ahí estaba la madre que recorrió a pie toda la avenida Insurgentes y media ciudad en caos para llegar a la escuela primaria de su hija, así como el creyente que olvidó sus oraciones o el ateo que justo en el momento del temblor recordó cómo rezar.
Sobre esta pieza un usuario en Twitter parafraseaba “nos hizo doler una parte del cuerpo que no sabíamos que existía”, mientras que Gael García agregaba “la poesía puede hacernos entender que nada y todo tienen sentido”. Poco a poco reflexiones de este estilo pululaban por las redes y a la gente le dio por filosofar.
“La lección de esto es que lo importante no soy yo, sino las palabras que de alguna manera la gente hizo suyas. Hay textos que se convierten en patrimonio de quienes los leen, los recitan y los comparten. Ese apropiamiento fue el caso de Con el puño en alto”.
Dos rayos sí pueden caer en un mismo sitio
“Eres del lugar donde recoges la basura. Donde dos rayos caen en el mismo sitio. Porque viste el primero esperas el segundo. Y aquí sigues. Donde la tierra se abre y la gente se junta”. Éstos son los versos iniciales de Con el puño en alto, inspirados en la experiencia de Juan Villoro como brigadista de la UNAM en 1985, cuando deambulaba entre los escombros de una devastada colonia Roma.
“En aquel momento escribí: ‘Desconfío de las personas que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo’, pues de primera mano sé que en esos trances es difícil articular lo que sentimos. Quizá por ello ese 19 de septiembre, pero ya no de 1985 sino de 2017, me sentí imposibilitado para crear una crónica —a final de cuentas cada quien tiene la suya—; en vez de ello comencé a juntar frases sueltas que comenzaron a hilarse a manera de letanía”.
Así, a partir de estas palabras, destaqué lo que para mí fue el gesto más importante de esas jornadas: el puño en alto, pues quisiera que todos pudiéramos elevarlo a fin de escuchar a los menos favorecidos y a las víctimas. Ojalá esta solidaridad surgida del terremoto sea una plataforma duradera para, en lo sucesivo, oír a los demás, añadió.
“No podemos dejar que lo sucedido caiga en el olvido; esto es un compromiso de la escritura. Recordemos que los rescatistas levantaban el puño para saber si alguien vivía, para ver si aún era factible brindar ayuda. Deberíamos hacer extensiva esta lección a todas las áreas de nuestra vida y entender que la voz del otro, la del menos favorecido, es la que debe ser escuchada, y no necesariamente la nuestra”.