Por Julio César Briseño Cruz, CEO de Cénit, consultoría empresarial y banca de desarrollo
La reputación de los capitalistas de riesgo está en entredicho.
La mala gobernanza, discriminación y mala praxis persiguen a las principales empresas financiadas por capitalistas de riesgo, que con frecuencia facilitan una cultura imprudente y falsa entre las nuevas empresas.
Así, no pocos aseguran que los capitalistas de riesgo son cada vez más avariciosos y cínicos, co-conspiradores con artistas exagerados a los que entregan millones de dólares y alientan sus peores tendencias. Toda esta mala fama porque en lugar de” ensuciarse las manos” para elaborar ideas prometedoras en compañías viables, se comportan como simples apostadores.
Sin embargo, la industria del capital de riesgo tiene un efecto positivo en las economías y las sociedades y su modelo para cultivar la innovación demuestra ser tan exitoso que le brinda ayuda a casi todas las grandes empresas tecnológicas de Estados Unidos en los últimos 60 años.
De hecho, convertir a las empresas embrionarias en potencias financieras requirió que los capitalistas de riesgo se pusieran a trabajar. Asumieron el papel dual de promotores y testaferros. En la práctica, esto significó mostrar a los fundadores cómo administrar un negocio, desde a quién contratar, cómo detectar clientes potenciales y dónde gastar el dinero. Para mitigar el riesgo, se repartió efectivo en incrementos, una infusión cautelosa para apoyar a la compañía a alcanzar un hito acordado. Este tipo de activismo práctico convirtió a los capitalistas de riesgo las décadas de los 70 y 80 tanto en asesores y gurús como en fuentes de financiación.
Pero la influencia sobre los fundadores de las empresas cesó con el auge de las empresas de servicios de Internet. Yahoo y Google crearon código en lugar de hardware, lo que significaba que no necesitaban la misma cantidad de capital para comenzar. Tres décadas de crecimiento en la industria dieron como resultado que el número de empresas de capital de riesgo se multiplicó y otorgó a los fundadores más opciones. De la mitad de la compañía que los capitalistas de riesgo pedían por su participación, ahora alcanzaban sólo un octavo.
Entonces apareció un nuevo esquema: A diferencia de los capitalistas de riesgo que exigían equidad a cambio de financiación, ahora ni siquiera querían sentarse en la junta. Las enormes inversiones de capital por parte de los inversores en crecimiento y los capitalistas de riesgo que eligieron competir con ellos, generaron un mayor control para los empresarios, pero también un gobierno corporativo más débil y, en última instancia, una extralimitación y una mala disciplina.
En el momento en que las empresas tecnológicas alcanzaron la velocidad de escape y los fundadores eran propensos a sentirse demasiado seguros de sí mismos, las formas habituales de gobernanza privada o pública se suspendieron.
Hoy los capitalistas de riesgo son más estratégicos y analíticos al decidir dónde ejercer su poder. Vivimos una nueva era en la que la apuesta empresarial ya no es intuitiva, sino que responde a planes estratégicos y menores márgenes de riesgo. La incertidumbre vuelve a los inversionistas más cautos…y certeros.