En 1817, en la villa de Calimaya, María Josefa Rafaela Valenzuela dictó su testamento en el que decidió desheredar a su hijo por lo que ella llamó un “disgusto”. Para su madre, José Victoriano obró contra los principios de su educación: no creer en Dios.
Así se puede constatar en su documento de 205 años de antigüedad, resguardado en el Archivo General de Notarías, del Instituto de la Función Registral del Estado de México (IFREM).
“Incurriendo en el crimen de infidelidad a nuestro soberano y haciéndose del partido de los rebeldes y obrando contra el honor con que fue educado, siendo esta una causa justa y suficiente para privarlo de ser heredero, por la presente cláusula lo deshereda, para que no tenga parte en la herencia materna, ni pueda por título alguno adquirir derecho a ella, solo que se aparte de tan herrado camino y logre indultarse”, detalla la transcripción de su testamento.
En total son mil archivos resguardados con protocolos que datan de la época de la Colonia. Desde entonces, las personas podían elegir el destino de sus bienes después de su muerte y contaban, como ahora, con las características de ser personalísimo, revocable y libre.
De acuerdo con Emilia Celsa Delgado Trejo y Juana García Guadarrama historiadoras del IFREM, en estos textos se puede observar la evolución que ha tenido el testamento a lo largo de la historia, principalmente en la redacción que se caracteriza por su elevada religiosidad.
“Generalmente un testamento de 1600 es esencialmente católico, por lo cual se invocaba a la Santísima Trinidad, no solamente en el encabezado, sino inclusive, dentro del testamento siempre se iniciaba en el nombre de Dios todopoderoso”, aseguró Emilia.
Por ello, el testamento de María Josefa comienza con una evocación a Dios todopoderoso y a María Santísima, posteriormente la testadora detalla que su estado de salud se encuentra delicado, derivado de una caída que la mantiene en cama, no obstante, se encuentra en uso de sus facultades para excluir a su hijo de testamento.
Este texto es una clara muestra de que desde aquella época el testamento podía modificarse, revocarse e incluso dejar cláusulas específicas de acuerdo con la voluntad del testador.
Cabe mencionar que, para la época, este documento tenía una doble función, la primera dejar a cada heredero la parte correspondiente de los bienes a través de un documento legal, y la segunda estaba enfocada a la parte espiritual, pues el testamento se consideraba como un instrumento conciliador entre Dios y el hombre, por ello se incluía en la redacción del texto cláusulas piadosas para aligerar la conciencia del testador.
En estas cláusulas las personas dejaban por escrito que una parte de la herencia se destinara al pago de misas para la salvación de su alma, donaciones para huérfanos, e incluso la liberación de esclavos.
“Incluso en su testamento ellos a la hora de decir la cantidad de misas que pedían se hiciera, decía: pido se manden decir 50 misas rezadas por las personas a las que pude haberle ocasionado algún mal, en su testamento también ellos supuestamente pensarían que dejando en libertad a algún esclavo que tuvieran iban a alcanzar más indulgencia”, detalló la historiadora Juana García.
A la fecha, el testamento sigue siendo el instrumento legal más importante para heredar tranquilidad a las familias, por ello, tanto a nivel nacional como estatal, se realizan campañas para fomentar esta cultura de brindar seguridad a los seres queridos.
En el Estado de México se amplía hasta octubre la campaña “Mes del Testamento” para que las y los mexiquenses puedan realizar este trámite con costos accesibles, que van desde 2 mil 100 pesos a la sociedad en general y mil 100 pesos para adultos mayores en cualquier notaria y a través de las Caravanas por la Justicia Cotidiana, este trámite puede realizarse de manera gratuita.