El ambiente escolar no está exento discriminación y el racismo, según refiere un estudio realizado por Daniel Hernández Rosete, del Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav, quien analizó el caso de dos escuelas de educación primaria del Barrio de la Merced, en el centro de la Ciudad de México, donde observó una marcada discriminación en niños indígenas bilingües.
Es común que las escuelas públicas sean receptoras de esta población y es ahí donde se dan interacciones complejas, tanto de discriminación como de resistencia cultural de las poblaciones discriminadas. Esta práctica no necesariamente está relacionado con una intencionalidad abierta, franca o dolosa de quienes la ejercen, muchas veces es inconsciente.
“Las prácticas discriminatorias se presentan mediante el lenguaje y las formas de exclusión social, por ejemplo, se dan a través de la composición del salón, es una dinámica cultural que tenemos muy introyectada y que son parte de procesos de interacción cotidiana”, explicó Hernández Rosete.
La forma como están sentados los niños es un elemento para ver cómo, a través de lenguajes no verbales, se van constituyendo dinámicas en las aulas que son sumamente discriminatorias, pero no siempre lo tiene claro profesores, inspectores o los niños.
La mayoría de hogares con estructuras de identidad campesina incorporan a los hijos desde edades tempranas a jornadas de trabajo y repercute en la calidad de vida de los niños que genera desventajas frente a los que no trabajan, por ello la pobreza corre paralelo al tema de la discriminación y el racismo escolar por el trabajo infantil.
Los infantes indígenas acuden a la escuela en condiciones desventajosas porque muchas veces ya traen una jornada previa de trabajo, se levantan de madrugada y cuando llegan a clase llegan a dormir y los maestros no comprenden o no entienden su situación.
Entonces se activan mecanismos de clasificación áulica donde los niños se perciben como naturalmente flojos, sin considerar sus jornadas de actividad y muchos profesores no lo comprenden; además, llegan con la ropa de trabajo y la indumentaria, que también es un factor para la discriminación.
El uso de uniforme, en un primer momento, tuvo la intensión de estandarizar o disolver las diferencias de clase social dentro del salón, sin embargo, interviene un aspecto antropológico importante: el olor del aula. Cuando un niño se puso el uniforme desde la madrugada y salió a trabajar al medio día sus condiciones ya son adversas, juegan en contra.
“El prejuicio olfativo de tipo moral lleva a suponer que no huelen mal por ser niños en condiciones de pobreza, sino las representaciones imaginarias tiene que ver con su condición de indígena, no huelen mal por ser pobres, sino por ser indígenas, son discursos complejos que hay que empezar a desmontar y a desmantelar”, sostuvo Daniel Hernández.
En el caso de las niñas hay una de violencia de género que corre en paralelo con la discriminación etnolingüística; ser indígena y mujer es una agravante en términos de vulnerabilidad, porque experimentan formas de violencia complejas. La niña indígena se ve inserta en una tercera jornada de trabajo, además de su labor en el procesamiento de alimentos para su venta, no se pueden despojar de la obligación de procurar trabajo doméstico.
“No solo ponen el puesto donde trabajan, para lo cual tienen que negociar con autoridades o policías, ellas también tienen la obligación de salir a buscar insumos para preparar la comida familiar y resuelven buena parte de los conflictos cotidianos; además no se despojan del mandato sociohistórico que hace a la mujer depositaria del trabajo doméstico y de la preparación de alimentos.
Otro tema muy doloroso es la incertidumbre de los profesores cuando llegan niños monolingües que no hablan, leen y escriben en español, no saben cómo emprender este reto, extracurricular totalmente, y los clasifican como niños con problemas de aprendizaje, incluso hablan de retraso mental, de esa forma logran que el alumno salgan del aula y entre a espacios de educación especial.
“Al final de la investigación encontré al niño considerado con problemas de aprendizaje hablando español, sabiendo leer y escribir e identificando cabalmente el lenguaje de señas, entonces comenté al profesor: ‘me dijo que era un niño con retraso mental y ahora veo que habla tres idiomas’; en realidad es un discurso que medicaliza la condición etnolingüística ante la cual algunas las escuelas no pueden contender”, señaló Daniel Hernández Rosete.