jueves 28 marzo 2024
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El autócrata que se aferró a su trono, en la pluma de Gabo

La biblioteca de Arcadia 

Con una prosa de párrafos interminables, a veces poéticos, las más escatológicos, pero igual de estrujantes y gozosos, el ya desaparecido escritor colombiano Gabriel García Márquez presenta al lector un mural de la sociedad caribeña, indolente y perezosa que ve pasar la vida sin recordar el pasado, sin certeza del porvenir, sin esperanza alguna más que recibir mendrugos de caridad de su presidente, el dictador, el todopoderoso… el patriarca.

Torrente de palabras que aturden al lector con el ímpetu fresco y jovial de un Gabriel García Márquez en la plenitud de su producción literaria… el magistral manejo del lenguaje desgrana una historia universal -la agonía y muerte de un dictador- de forma cíclica, experimental y real al mismo tiempo, en seis bloques narrativos sin diálogo, sin puntos y aparte, con una anécdota perpetuamente igual y siempre distinta que se repite, con hechos y descripciones magníficas acumuladas.

El otoño del patriarca (Editorial Debolsillo, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona 2003, 271 páginas) no es una obra de lectura fácil en virtud del manejo del tiempo y las astucias utilizadas en la construcción del punto de vista narrativo, a través de múltiples discursos indirectos que sin comillas ni atribuciones enunciativas, es decir sin condicionar o matizar la expresión con sustantivos o adjetivos, “establece una poética semejante a la que García Márquez admiró tanto en Pedro Páramo de Juan Rulfo”, según el crítico literario Miguel Ángel Quemain. Al mismo tiempo los continuos ‘flash backs’ contribuyen al desconcierto del lector poco avezado.

Se trata de una historia que el leyente observa y casi percibe como real, la crueldad, el delirio, el absurdo… hasta el mal olor; la tensión propia de ambientes cargados y opresores, y la destrucción, y lo grotesco, y la agonía, y la demencia…

Los recursos narrativos de García Márquez en esta obra son, señala Quemain, “el empleo del autor implícito, polifonía, digresión, ritmo y el manejo del tiempo”; este último es el que convierte a El otoño del patriarca en una espiral, en la cual al lector le resulta imposible calcular cuánto transcurre entre los sucesos que dan comienzo y final a la novela: la simulación de la muerte del dictador y su muerte verdadera.

El escritor colombiano, ganador del Nobel de Literatura en 1982, pretende transmitir la idea de que el poder ha estado desde siempre en las mismas manos, hasta el punto de que narra cómo algunos indios le comunican al patriarca el avistamiento de las carabelas de Cristóbal Colón.

Así, el perfil del protagonista (cuyo nombre, Zacarías, lo sabe el lector atento pues se menciona una única vez a lo largo del texto porque él mismo ha olvidado cómo se llama) es el típico del autócrata que se obstina en arraigarse en su tiránico trono hasta sus últimos días. El autor muestra un reflejo fiel de los dictadores latinoamericanos; una amalgama de todos ellos, sin importar sus ideologías, un retrato de lo que el poder inmenso causa en una sola persona, pero por sobre todo exhibe a un hombre triste en soledad, el cual lo único que tiene en el mundo es… poder.

La obra es un cuadro mágico y subyugante de la figura de un dictador de América Latina tanto en su cúspide como en su declive, en el que la historia del carácter enfermizo de un déspota y la historia misma -la de carácter académico- son reinterpretadas por García Márquez; en la novela se le hace justicia a la Historia con la ficción y es más convincente que la Historia oficial, porque es su versión caricaturizada y carnavalesca, es la exégesis recordada por los personajes principales: el pueblo y el dictador.

La esencia del relato la encuentra el lector en esta frase pronunciada por el narrador omnisciente: “en este país prefieren idealistas que les hablen bonito, que reales líderes que produzcan un cambio”.

Quemain explica que la novela es un poliedro textual -ángulo formado por varios planos que concurren en un punto-, es la repetición infinita de un tiempo que se devora a sí mismo. Cada uno de los hechos se suceden en un vértigo verbal que conforma una arquitectura precisa erigida con las voces protagónicas, en un ascenso de exquisita armonía orquestal y poderosa arquitectura verbal de un relato tan sonoro… un canto sin altibajos a lo largo de todas sus páginas signadas por el otoño de la vida y de un siglo XX que, en su agonía, reunió la experimentación del lenguaje y las vicisitudes del mundo político.

A su juicio, García Márquez descubre los secretos de la esfericidad del tiempo en la novela. Tiempo sin tiempo, tiempo de los personajes, tiempo del narrador que edifica sin fisuras las repeticiones, los coros, el ritmo y la velocidad de los acontecimientos, aunque también “ocurren certezas vitales, acercamientos a un orden existencial, meditaciones sobre lo político, el universo ético y el mundo contrastante de las culturas que se juegan en el ajedrez del poder, de la dominación que se vuelve mestiza, como esta novela criolla, moderna, europea y latinoamericana”.

En El otoño del patriarca el tiempo narrativo se desdibuja y crea una atmósfera de irrealidad, aunque la perspectiva se centra siempre en el propio dictador quien, ya casi sólo en el palacio presidencial, recuerda su mandato; la evocación impide que el pasado sea tiempo perdido porque anticipa la alegría del porvenir y la muerte, que representa la clausura de la eternidad autoritaria de alguien que “llegó sin asombro a la ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad”, escribe García Márquez.

Por su parte, José Miguel Alzate, escritor y periodista español, apunta que el ritmo de la narración, sumado a la exuberancia del lenguaje, convierte la obra del escritor colombiano en una avalancha musical que revela en cada página una sinfonía creada para impregnar con su torrente orquestal todo ese mundo mágico que el narrador recrea. El ritmo cadencioso que envuelve una frase dentro de la otra, y la otra dentro de otra, y así sucesivamente, crea una prosa casi mágica.

El otoño del patriarca es una novela abrumadora en todos los sentidos.

Post Scriptum

Gabriel García Márquez (1927-2014) declaró siempre que El otoño del patriarca era la novela en que más trabajo y esfuerzo invirtió; la idea original de una obra centrada en la figura de un tirano caribeño nació días después de la caída de Marcos Pérez Jiménez, dictador venezolano, el 23 de enero de 1958; entonces él estaba en Caracas trabajando en el periódico Momento, a fin de documentarse. Leyó decenas de biografías de autócratas de la región y concibió la idea: “La imagen de un dictador inconcebiblemente viejo que se queda solo en un palacio lleno de vacas”. En total, la gestación del libro duró 17 años; se publicó en 1975.

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