El discurso electoral, sin género Saben que la sociedad mexicana es tradicional

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SemMéxico. Cd. de México.- Un tema recurrente, en spots, mamparas, discursos de la campaña electoral, es el de la familia, la decencia, los valores, el sentido de la convivencia y el amor. Interesante saber o preguntarse desde dónde se ancla o qué se pretende y busca. Supongo que importa capturar todos los votos posibles.

Lo que importa es saber que la familia es definida como un espacio donde convive un grupo de personas, donde se adquiere experiencia en la convivencia pacífica, sea amorosa, de aprendizaje democrático y en donde se trasmitan valores cívicos y de responsabilidad social. Por ello es relativa su composición o estructura; en México los estudios dicen que existen 17 tipos de arreglos familiares, desde lo más tradicional hasta la que se forma entre varias personas que no están ligadas consanguíneamente o por la vida sexual o de pareja.

Hablar de estas familias, que propician los valores sociales y democráticos no está en la mente de ninguna candidatura a la presidencia de la República o de la jefatura del gobierno en la Ciudad de México, ciudad del espacio de la democracia y el desarrollo de los derechos humanos pensados colectivamente. Hay quien señala que estos hechos, algunos fundados en leyes, ya han adquirido un lugar en los acuerdos y convenciones internacionales, tras muchos debates e investigación.

Llegar a este conocimiento, de cómo se ha transformado la familia, así como los papeles de los hombres y las mujeres en la vida real, es resultado de las transformaciones económicas y sociales; apuntalados por la lucha histórica por la igualdad entre los hombres y las mujeres. Producto de la perseverancia y ahínco del movimiento feminista internacional.

Una lucha, por cierto, de varios siglos, que en México apareció desde el siglo XVII y floreció en el XIX. Un proceso lento, de caminos tortuosos, con episodios dramáticos, y que fue una zaga llena de obstáculos. Pasaron casi dos siglos en nuestro país para transitar de la solicitud de reconocer a las mujeres como humanas, un instante antes de la Independencia de 1810, hasta los cambios constitucionales que abren la oportunidad de participar en paridad electoral.

En la Ciudad México, donde se estableció la escuela de Las Vizcaínas en el siglo XVIII hasta las transformaciones jurídicas en institucionales más recientes, ha sido el espacio más avanzado de reconocimiento de los derechos humanos. Por eso extraña que de estos hechos y avances, carezcan los discursos de las campañas electorales. Es la ciudad metrópoli más avanzada del país, no única o especial, sino acorde con los tiempos, según acuerdos y conferencias internacionales. Donde, además, se ha desarrollado un ambiente de democracia, donde nacieron las primeras instituciones y leyes que han reconocido el papel de la sociedad civil. Igual la primera Comisión de los Derechos Humanos.

Ahora mismo los y la candidata presidenciales, sin temor, podrían incorporar a sus discursos estos asuntos, los asuntos que globalmente pusieron a debate las feministas. Desde la Revolución Francesa hasta la discusión del matrimonio entre personas del mismo sexo y los asuntos del placer y el sexo.

Temas mexicanísimos. ¿Quién de quienes contienden conoce a Hermila Galindo?, una inteligente mujer que en 1915 propició la primera ley del divorcio civil proclamada por Venustiano Carranza, o quién que busca la presidencia sabe que para derrocar a Porfirio Díaz se sumaron los comités feministas de toda la República. Bastaría hojear la Enciclopedia de México editada por Rogelio Cárdenas.

A cambio, en este proceso electoral, de campañas con mucho ruido, parecen leer en la sociedad mexicana (probablemente cuentan con estudios o encuestas) a una sociedad muy conservadora y tradicional, que añora las películas de los años 40; que busca día a día la formación de una la familia mítica, esa que aparece en los spots publicitarios, madre, padre e hija e hijo. Mientras la realidad señala que el 24 por ciento o más, de las familias mexicanas son uniparentales y que en 48 por ciento de las familias, madre y padre trabajan para sostener la vida de esa familia; y que cada día crecen composiciones familiares muy diversas.

Los discursos parecen dirigirse a una sociedad que no asimiló los cambios. Que no ha escuchado el discurso oficial y abarcador en favor de la igualdad, la no discriminación y tolerancia cero para la violencia de género. Suponen estos discursos de palabra e imagen, que en México nadie reconoce estos cambios o que no los vive; y que los valores mexicanos se reducen a una interpretación de la historia sólo ligada a los preceptos religiosos y de una “moralidad” del siglo XVIII.

Es decir se habla en términos de una sociedad que creímos superada. Del pasado. Cómo si los esfuerzos, civiles e institucionales, de las organizaciones y centros de estudio del feminismo no existieran o no han influido nada. Se desconoce así todo el esfuerzo de la modernidad. La energía invertida durante casi 50 años por las feministas de los años 70, que fueron a todos lados con su filosofía transformadora; como si no existiera una política pública -de todos los partidos- que reconoce que en el fondo de la violencia contra las mujeres, pervive una ideología que sostiene al patriarcado y por tanto al autoritarismo, el abuso de poder y es el fondo ideológico de un sistema que justifica la desigualdad primaria, la que hay entre los hombres y las mujeres. Y por tanto todas las demás desigualdades. ¿A ellos y ellas les hablan los candidatos?

Es como desperdiciar la escucha de las y los electores avanzados, pensantes, los votos de una franja progresista, que propició el reconocimiento de los derechos humanos de todas y todos y de las mujeres que somos más de la mitad de la población. Me pregunto cómo y quién está asesorando candidaturas desde una perspectiva tan atrasada. ¿De dónde sacan que las y los mexicanos somos tan tradicionalistas que deseamos volver al mito de las familias en extinción?

Mientras hemos acordado con otros 189 países en Naciones Unidas el reconocimiento a la diversidad, el derecho a la interrupción legal del embarazo; el reconocimiento a la evolución ideológica como el mejor camino a la justicia, se nos plantean asuntos retrógrados, atrasados, contrarios a nuestra legislación, que cambió lentamente en más de 100 años.

Interesante saber si las y los candidatos tienen en secreto estudios que hablan de una sociedad que rechaza los avances; si las y los candidatos saben que el trabajo de puerta en puerta de las feministas, desde hace 50 años, no rindió frutos; si son oídos del pasado su clientela electoral, si la vida cotidiana no importa, más que votar por un próximo hombre, líder, capaz de enfrentar los problemas del país, sin considerar a cada persona.

Si se parte que las y los votantes están a favor de escuchar más del pasado, un poco mítico por cierto, que la propuesta transformadora que nos haga personas, independientes, capaces, llenas de buenas nuevas para conseguir la paz, el futuro, donde cada vida humana sea equivalente, como la de las mujeres hoy víctimas del feminicidio. Ello sería otro camino para conseguir votos, hablarle a la gente de lo que realmente le importa, tanto como para rechazar el autoritarismo que nace en la idea del padre todo poderoso o el mesías o en aquél varado en la época del macartismo.

El esfuerzo para llevar desde el feminismo al Plan Nacional de Desarrollo el mandato para transversalizar la perspectiva de género, en toda la administración pública y también en la sociedad, parece disolverse. Hoy las feministas estamos en todo el mundo moderno; ese que responde a una política global de igualdad, el mismo que ha rescatado el debate sobre los derechos humanos y los derechos de la diversidad, con discursos renovados. ¿Por qué no se incluye en los discursos de quienes están buscando ser elegidos en julio de 2018?

Veremos

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