Por Dr. David Barreto, pediatra especialista en medicina clínica pediátrica
En México, la obesidad se ha convertido en un grave problema de salud pública, sobre todo entre niños y adolescentes. De acuerdo con la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT 2016), 3 de cada 10 niños entre los 5 y 11 años padecen sobrepeso u obesidad, mientras que 4 de cada 10 adolescentes de 12 a 19 años padece estas condiciones.
Según observan los expertos, la tendencia a desarrollar sobrepeso u obesidad continúa y se agudiza en la edad adulta, un sector en el que las cifras son todavía más alarmantes, pues el 72.5% de los mexicanos mayores de 20 años presenta exceso de peso. A esta edad, además, resulta más difícil romper las rutinas. De ahí la importancia de fomentar, desde la infancia, buenos hábitos alimenticios y de actividad física que ayuden a evitar la obesidad.
De acuerdo con científicos de la Universidad de Granada, “el modo de alimentarse, las preferencias y el rechazo hacia determinados alimentos se encuentran fuertemente condicionados durante la etapa infantil por el contexto familiar”. La razón es que durante este periodo, los niños adoptan la mayoría de los hábitos alimenticios que los acompañarán el resto de su vida.
Curiosamente, la influencia del padre en el desarrollo de sobrepeso de sus hijos parece ser mayor que la de la madre. En un reciente estudio, científicos de la Universidad de Chile aseguran que la figura paterna es la que más impacta el comportamiento alimentario de los niños. “Los padres desempeñan un papel más importante sobre las prácticas de alimentación de sus hijos”, advierten.
Está demostrado que los hijos de padres con obesidad corren mayor riesgo de padecerla que aquéllos cuyos progenitores tienen un peso normal. Del mismo modo, los niños y adolescentes que crecen en hogares en los que se consumen alimentos sanos, frescos y bajos en calorías, tienden a mantener una dieta similar en la edad adulta. En este sentido, el papel de los padres en la educación alimentaria de sus hijos es esencial, sobre todo porque la mayoría de estos hábitos se aprenden primero por imitación y, más tarde, por la orientación que se recibe en casa.
El padre que tiende a consumir productos poco nutritivos, comer en exceso, saltarse las comidas o que lleva una vida sedentaria, por ejemplo, transmitirá a sus hijos todos esos hábitos nocivos para la salud que, eventualmente, podrían desembocar no sólo en sobrepeso sino en padecimientos todavía más graves.
También se da el caso de aquellos padres que tienden a sobrealimentar a sus hijos, con la idea de que lo necesitan para crecer fuertes y sanos. Lo cierto es que servir raciones más abundantes de lo que necesita el niño para su edad es tan poco saludable como no estimular, por ejemplo, el consumo de frutas y verduras. Lo mismo ocurre cuando se le obliga a terminar toda la comida que queda en el plato cuando, en realidad, el niño ya está satisfecho.
Finalmente, muchos padres permiten que sus hijos elijan sus propios menús o que ingieran en exceso productos procesados. Esto suele suceder entre quienes sienten que no dan a sus hijos suficiente atención, tiempo, cuidado o protección, e intentan compensar esa culpa a través de la comida.
Si bien es cierto que existen factores ambientales que también influyen en la aparición del sobrepeso y la obesidad, la injerencia que puede tener el padre en el peso y la salud de sus hijos es definitiva.
La Organización Mundial de la Salud recomienda a los padres poner a disposición de sus hijos bebidas y alimentos saludables, así como alentar la actividad física, mediante algunas sugerencias:
Para los padres, educar a sus hijos a comer bien y a llevar una vida activa puede significar cambios importantes en sus propios hábitos, pero eso es una buena noticia. El compromiso y la responsabilidad con los hijos puede llevarlos a comprometerse también con ellos mismos y, a cambio, gozar de los mismos beneficios: más salud, vitalidad y bienestar general.