A partir de su descubrimiento por Cristóbal Colón, América reinventó en muchos sentidos a Europa, que en ese momento empezó a ser precisamente el viejo mundo, y desde entonces sobre la mesa de trabajo de los historiadores está la incógnita de cómo enfrentar este enorme problema que transformó de manera radical la concepción de lo humano, porque creció infinitamente al aparecer un sinfín de actores no previstos, no invitados, como diría Alfonso Reyes, ‘al banquete de la civilización’.
Con este planteamiento el doctor en Historia y Etnohistoria por la ENAH, Antonio Saborit García Peña, sustentó su ponencia “El Nuevo Mundo y la reinvención de Europa” con la que participó en el ciclo de conferencias que, con motivo de los 500 años de la llegada de los españoles a Tenochtitlan, organizó el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM).
El doctor Saborit dijo que para entender la trascendencia de la conquista de Tenochtitlan es necesario analizar el significado del descubrimiento de América en 1492, pues se trata de tener una relación documentada, intensa como es, pero informada y crítica sobre nuestra historia. Pero la historia que apasiona a los historiadores -advirtió-, no la que nos enseñaron en la escuela con sólo blancos y negros, nada en medio y en la que todo era claridad, sino esa en la que hay buenos y malos, así como procesos muy inciertos.
Relató que, en 1992, la biblioteca pública de Nueva York tuvo una exposición cuyo catálogo se tituló “Nuevos mundos, textos antiguos. El poder de la tradición y el internet y el impacto del descubrimiento”. Su curador, el historiador estadounidense especialista en el Renacimiento, Anthony Grafton, quiso mostrar lo que había significado para los textos clásicos, para esa literatura que se remontaba a Aristóteles, el que de pronto apareciera un pedazo de tierra de las dimensiones de América y cómo reaccionaron las distintas comunidades letradas de finales del siglo XV y principios del XVI para darle sentido a ese bloque continental que le impidió a Cristóbal Colón llegar a Oriente, que era a donde iba.
En ese tiempo, continuó, cuando se conmemoraban los 500 años del descubrimiento de América, los historiadores reflexionaban acerca de las interrogantes que estaban en la mente de aquellos europeos de fines del siglo XV: “Y ahora qué hacemos con todo esto, qué hacemos con esta exuberancia, con esta amplitud, con esta variedad de sociedades de las que nadie nos había hablado”, se preguntaban.
Pero también se plantearon qué debían hacer los historiadores con todos los procesos que del otro lado del Atlántico se echaron a andar para darle sentido a lo que habían encontrado en América un puñado de personajes, así como de lo que sabían o se enteraron por medio de los escritos, de los testimonios y de las cartas personales de un grupo de individuos a quienes América les salvó la vida, agregó Saborit, quien es director del Museo Nacional de Antropología.
El viejo mundo se renovó cuando comenzaron a navegar hacia allá infinidad de objetos americanos que integraron numerosas colecciones privadas, las cuales después derivaron en lo que hoy conocemos como museos, explicó el ponente.
Un papel importante en esa renovación fue la ampliación del horizonte europeo, pues habría que pensar en que también navegaron seres humanos. Es emblemático el caso de un indígena taíno llevado a Sevilla por Pedro de las Casas, quien formó parte de la expedición de Cristóbal Colón, y que fue regalado como paje a su hijo Bartolomé, y fue quien le abrió los ojos al fraile hasta convertirlo en el gran defensor de las comunidades originales.
Esta historia la recrea novelada Antonio Sarabia en su libro “El cielo a dentelladas”, donde hace posible que el lector aprecie no sólo lo que se fue de América para Europa, sino el impacto que del otro lado del Atlántico tuvieron las novedades que recibieron.
Europa recibió objetos de América
para coleccionistas
Fue un encuentro central entre dos realidades distintas que causó un gran impacto en el pensamiento europeo, en especial sobre la relatividad, pues no hay una sola visión del mundo, hay numerosísimas visiones, apuntó el doctor Saborit. Al final lo que aparece en la reinvención de Europa es el tema de la igualdad, de la equidad, algo que quizá no estaba en el horizonte del viejo mundo de los siglos XV y XVI.
En este contexto llegaron colecciones de objetos de América hacia los gabinetes de curiosidades, como se les llamaba a estos espacios, donde había piezas de todo el orbe, desde conchas de tortugas y pedazos de coral, hasta ídolos venerados en otras latitudes. El arte plumario, es decir las obras realizadas con plumas, fue muy apreciado.
El penacho de Moctezuma, la más famosa de esas piezas, se encuentra en el Museo Etnológico de Viena, Austria, que estuvo cerrado durante dos años por remodelación y en ese tiempo varios colegas -contó el investigador del INAH- vieron la oportunidad para pedirlo prestado con el pretexto de organizar una exposición de arte plumario.
Christian Feest, etnólogo, antropólogo y etnohistoriador austriaco que era entonces director del museo, les dijo: “pongámonos de acuerdo, el penacho existe porque lo hemos cuidado durante muchísimos años y es parte de nuestra cultura, como de la de ustedes que llevan apenas 60 años preocupándose por él; no se trata de terminar peleados, mejor estudiemos el penacho, integremos un grupo de especialistas y hagamos un análisis por primera vez”.
Entonces un equipo de restauradores trabajó con el penacho, lo desintegraron completo y descubrieron cómo estaba hecho, las fracturas que tenían las plumas de quetzal, que son las más largas, etcétera. Luego el penacho se volvió a armar y de común acuerdo se determinó que no debía moverse hasta encontrar la manera de desplazarlo sin que ello significara su deterioro.
En su libro “Objetos americanos en Europa”, Christian Feest cuenta que quedan menos de 300 artículos de pluma en aquel continente, entre muchas otras piezas llevadas de América; unas donadas, otras compradas y, las más, arrebatadas como botín de guerra. Cantidades extraordinarias de objetos fueron a parar a Europa y dieron pie a un sinfín de reelaboraciones sobre nuestro quehacer en el planeta y sobre el origen de todos los seres humanos, dijo el doctor Saborit.
En el siglo XVIII el personaje Robinson Crusoe, creado por el escritor inglés Daniel Defoe, mira al mar, va al barco y saca todo, es decir saca a Europa del barco y con eso se reconstruye, se reinventa a sí mismo. Esta metáfora de la reinvención de una sociedad proviene probablemente de uno de estos ejercicios que sucedieron en América, que se llamó Nueva España, donde se reinventó una ciudad sobre los restos de otra transformándola de manera radical e inmediata: eso le debe Europa a América, explicó el conferenciante.
El problema, concluyó el doctor Saborit, es que no le alcanzaría el tiempo de su charla para explicar cómo reinventó América absolutamente a Europa y ofreció una idea que no acabamos de atrapar, mucho más compleja, de nuestra historia en este planeta.