FILANTROPÍA/ ¿Lucro o beneficio social? El binomio plausible

0
110

Por Felipe Vega, Fundador de CECANI Latinoamérica, empresa líder en divulgación y capacitación de asociaciones civiles y otras figuras no lucrativas.

En los últimos años se ha puesto de moda lo que se conoce como responsabilidad social corporativa (RSC) o responsabilidad social empresarial (RSE). Ambos conceptos, idénticos, expresan que una empresa toma decisiones que afectan al conjunto de la sociedad y por lo tanto está comprometida con ella. No se trata sólo de generar riqueza.

El concepto de RSC nació a principios del siglo veinte, pero no fue hasta mediados de los años 50 cuando tomó forma definitiva. Hoy consideramos que las organizaciones empresariales son centros vitales de poder y de toma de decisiones y que las acciones de las grandes empresas tocan y afectan las vidas de los ciudadanos en muchos sentidos.

Esta idea se contrapone a la doctrina de Milton Friedman. Este economista, premio Nobel en 1976, consideraba que “la única responsabilidad de las empresas es la maximización de sus beneficios”. Afirmaba que “solamente tiene sentido hablar de Responsabilidad social corporativa en el caso de los monopolios, porque perturban el funcionamiento del mercado”.

Ante esta disyuntiva, ¿una empresa es responsable ante la sociedad? Aunque prevalece una norma no escrita que juega a favor de la teoría de Friedman, la sociedad civil organizada opera como un contrapeso en el imaginario colectivo.

Aunque la gente suele ver a las empresas como entidades de carácter privado destinadas a generar rendimientos mediante la venta de un producto o servicio, grandes crisis como la pandemia mundial de Covid-19 alertaron de la importancia de algunas instituciones en el bienestar general. Sorpresivamente se les otorgó un rol más trascendental a las empresas respecto a iglesia, gobierno y partidos políticos e incluso universidades, por ejemplo.

No obstante, la gente asocia “empresario” a “dinero” y no se cuestiona si además las empresas tienen otra función. La consecuencia es que existe una división invisible pero real: las empresas clásicas creadas con fines lucrativos y las dedicadas a fines sociales.

¿Se puede difuminar esta barrera entre las dos categorías? En general se acepta que una empresa tenga fines éticos, más que meramente pecuniarios. Pero aún nos cuesta creer que una asociación civil cumpla su misión social y a la par tenga beneficios económicos.

Tal idea, por supuesto, limita sensiblemente la función social de las Organizaciones No Gubernamentales. Entorpece su propia sustentabilidad y capacidad de desarrollar el objeto social.

Así, paulatinamente debemos aceptar que el logro lucrativo y la misión social no están disociados.

En la medida que cada asociación civil logre captar los recursos que le permitan subsistir y extender sus áreas de operaciones y tener más beneficiarios, se generará un éxito que tradicionalmente rechazamos.

La parte crucial para aceptar que lucro y beneficio social no es una disyuntiva aceptable es la capacitación. Las asociaciones civiles deben buscar la capacitación jurídica, ética y administrativa que les permita asumir ambos logros sin menoscabo al trabajo filantrópico que realizan.

Las empresas, a su vez, deben asumir el gran poder de influencia social que poseen y actuar en consecuencia.

En suma: no deben existir diyuntivas.