SemMéxico.-Hace unos días la experta peruana Gladys Acosta me dijo en una entrevista para el programa Techo de Cristal -que se transmite por la TV Educativa- que quizá el grave problema de nuestro tiempo sea la aplicación de las leyes y no crear nuevas y muchas para la igualdad entre hombres y mujeres. Me explicó que todos los países de América Latina han ratificado la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, conocida como CEDAW, y que en algunos de ellos es una ley, incluso, por encima de sus constituciones.
No obstante, en muchos de esos países no sólo se conoce poco sino que no se aplica. Me contó anecdóticamente, cuando ella se hizo abogada, que decenas de personas que son “expertas en Derecho” desconocían totalmente este instrumento de derechos humanos de las mujeres.
A pesar de todo, algunos gobiernos desde 1981 en que se hizo ley máxima la CEDAW, siguen manteniendo una distancia grande entre la realidad y la ley, y que lo más importante ahora es conseguir justicia para las mujeres, así el sector de actuación y vigilancia más importante es precisamente el del sistema de justicia.
Lo peor de todo es que en esa conversación Gladys Acosta, hoy experta civil de la CEDAW en Naciones Unidas, es que no se está trabajando todo lo que se debiera con jueces, magistraturas y todo un aparato que desconoce la aplicación de las leyes y los protocolos para atender o juzgar a las mujeres.
Cuando grabé la conversación con Gladys Acosta, hace un par de meses, para esta serie de la Dirección General de Televisión Educativa (DGTV) que acaba de terminar su segunda temporada, me di cuenta de que la impunidad está hermanada con esta distancia entre las y los juzgadores y los derechos de las mujeres, casi todos en las Constituciones de nuestra región latinoamericana, y desde luego en México.
Al mal trato a las mujeres en esas instancias se suma una suerte de impotencia para quienes buscan justicia, que se ha ido convirtiendo en una cadena infinita de desazón y desconfianza.
Lo dice muy bien el reportaje de Soledad Jarquín publicado el lunes pasado en el portal de SemMéxico: La “ventanilla” de atención a la violencia de género contra las mujeres es un asunto pendiente, al menos por tres razones importantes: el marco jurídico –aunque se ha avanzado- sigue siendo inadecuado; la estructura o arquitectura institucional es inapropiada, y el presupuesto es insuficiente, además de estar mal diseñado.
La ventanilla es como lo más trascendente. En México los Ministerios Públicos -hombres y mujeres-, abogados litigantes, las secretarias de expediente y las y los juzgadores de primera instancia, no tienen idea que el artículo primero de la Constitución los obliga a respetar los derechos humanos de las mujeres que llegan a esas ventanillas a poner una denuncia.
Es estrujante el relato Reyna de Jesús Gómez Solórzano, una mujer de Quintana Roo quien habría privado de la vida a su pareja en legítima defensa, a quien se la juzgó por homicidio y se le dio una sentencia de 25 años. Estrujante no sólo por el relato de violencia que sufrió durante años al lado del hoy occiso, sino porque existe la sospecha de haber sido maltratada y torturada por la policía. Su caso llegó a la prensa extranjera y hoy se prepara una apelación.
No es posible, me decía Gladys Acosta que los policías tengan casi nada o nada de información sobre Derechos Humanos, ella hablándome de las barbaridades que les dicen a las mujeres cuando van a la ventanilla a denunciar a quien infringe violencia contra ellas. Las mandan, me dijo, a hacerle “una sopita caliente a su marido y que lo perdone”. ¡El colmo!
Cuando se acerca una a cada caso se le enfría el corazón. Pero hasta ahora la respuesta social es insuficiente. Por Reyna de Jesús Gómez Solórzano se han movilizado las mujeres, han hecho mucho ruido, a pesar de no ser más de diez; en otros asuntos los casos son relatados sólo por la prensa, todavía en la página policiaca y el público se ha ido acostumbrando a las desgracias.
En Semexico también informamos que el 7 de abril se cumplieron ocho años del asesinato de Felicitas Martínez y Teresa Bautista, locutoras de La Voz que Rompe el Silencio, estación comunitaria de San Juan Cópala, y hasta ahora el crimen sigue impune. Ellas no tuvieron los reflectores de otras comunicadoras de grandes cadenas y el pueblo de Oaxaca las ha casi olvidado.
El tema es que son miles. Los abusos a varias jóvenes del Estado de Veracruz, a manos de jóvenes adinerados que la prensa les ha bautizado como los “porkis”, ha desatado comentarios de que se trata de algo politizado, como si se pudiera tapar el sol con un dedo, cuando todas y todos sabemos lo que sucede todos los días en Veracruz, y no me refiero únicamente a la violencia contra las mujeres, que es nacional, sino que ahí es el paraíso irrefrenable de la corrupción y un machismo muy veracruzano.
Es también corrupción no profundizar sobre asuntos de este calado. Usar la desgracia como presión política, está bien, pero si está acompañada de otros métodos, resulta repugnante, porque a los gobiernos hay que exigirles que cumplan la ley, que hagan su trabajo, que investiguen, que como le dijo Norma Reyes Terán a SemMéxico, no es admisible que haya evidencia de una opinión pública ignorante y superflua, a la que, dijo esta experta, “no hemos sabido educar”, por eso los policías hacen lo que hacen y quienes toman un caso, hacen lo que hacen, con falta total de ética.
Reyes Terán también afirma que empeora el escenario en estos tiempos electorales, por la ausencia de propuestas en las plataformas de los partidos políticos y la reproducción de políticas públicas que favorecen y extienden las desigualdades de género y la discriminación de las mujeres.
La realidad obliga a solicitar una verdadera transformación al sistema de justicia, acompañada de efectivas acciones y estrategias de información y conocimiento porque desde aquí pienso, lo que se está construyendo es un andamiaje de odio, enfrentamientos, desilusiones y corajes que profundizan la ideología de una sociedad que cree que la defensa de los derechos humanos de las mujeres, así, profunda y real, es sólo enfrentamiento, amenaza, asunto de unas y otros, o unos y otras, sumidos en el reducido mundo del pleito personal. Hoy no hay forma de arreglar esto, más que la acción honesta y un proceso bien pensado y constante de cambio cultural.
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