La Ciudad de México, a merced de los caprichos de cada época

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A lo largo de su historia, la ciudad de México tuvo muchos cambios y transformaciones; fue construida sobre los vestigios de México-Tenochtitlan, una urbe lacustre, porque Hernán Cortés sabía que era un símbolo de poder económico, político y religioso; así erigió, con las manos de los vencidos y con las piedras de los antiguos palacios y templos prehispánicos, la metrópoli española, capital del virreinato.

Tal hecho fue recordado durante una conferencia sobre “La ciudad de México en tiempos de Carranza” por la cronista del Centro Histórico de la Ciudad de México, Ángeles González Gamio, como un antecedente del desarrollo de tal urbe a través del tiempo, porque -explicó- cuando comenzó la Revolución de 1910 la construcción de la capital se interrumpió completamente.

La cronista ofreció su interesante y amena plática en el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM) y en ella hizo un recorrido por la metamorfosis de la capital del país desde su fundación en el siglo XVI hasta el porfiriato, en los albores del siglo XX.

Señaló que en el siglo XVII y buena parte del XVIII la característica de las edificaciones fue el estilo barroco, pero con la llegada de los Borbones al gobierno de España en el siglo XVIII, con una mentalidad más sajona basada en el orden y la racionalidad, el estilo arquitectónico que se adoptó aquí fue el neoclásico, inspirado en lo clásico, en lo griego.

Ya en la segunda mitad del siglo XIX, con la aplicación de las Leyes de Reforma se transformó la imagen urbana porque se destruyeron conventos para fraccionar esos inmensos predios, pues además el gobierno necesitaba dinero, y se abrieron calles; posteriormente, durante el porfiriato, con un México más consolidado y tranquilo, se hicieron numerosas construcciones en el estilo afrancesado que le encantaba a Porfirio Díaz. Este periodo marcó el inicio del crecimiento de la ciudad de México fuera de su antiguo margen -hoy Centro Histórico- con la división de las enormes haciendas y ranchos que la rodeaban.

Después, con el movimiento armado de 1910 su desarrollo se detuvo y conservó mucho del estilo afrancesado de la época porfirista, ya que el proceso de evolución hacia la modernidad se inició a partir de 1930.

De manera que se quedó inacabado el Palacio de Bellas Artes y el que iba a ser el Palacio Legislativo, un edificio muy parecido pero más grande que el Capitolio de Washington, que tenía enmedio una gran cúpula de mármol y a los lados salían dos grandes naves; en una estarían los senadores y en otra los diputados; se hizo el cascarón de hierro para la cúpula, que así se quedó dos décadas porque llegó la Revolución.

En esos años no había más que el caos y la gente sólo estaba pendiente de qué facción ganaría y quién se quedaría en el gobierno; únicamente estaba lo heredado del porfiriato.

Ciudad de México, botín

para ejércitos revolucionarios

González Gamio explicó que la mayoría de la gente piensa que la ciudad de México estuvo un poco al margen de la Revolución porque de hecho no hubo batallas allí, pero padeció mucho pues prácticamente era el botín para todos los ejércitos. De 1914 a 1916 cuatro diferentes ejércitos llegaron a la ciudad de México: entraron Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Emiliano Zapata y Francisco Villa.

Esta situación aterrorizaba a la población porque no sabían qué iba a pasar, pero además era tremendo que cada uno de ellos antes de entrar a la urbe se apostaba en los alrededores. Por ejemplo, Zapata estuvo mucho tiempo en Milpa Alta y Xochimilco.

Y es que desde antes de llegar a la capital de la República paraban los trenes para robar la mercancía porque venían con sus ejércitos y necesitaban comer; también se quedaban con todo lo que había en los pueblos por donde pasaban y la gente huía hacia la ciudad de México, que se llenó de provincianos que evadían a los revolucionarios. Ya en la urbe, se instalaban en los barrios más pobres y vendían chucherías o mendigaban, lo que desató unas hambrunas tremendas.

En 1915 -continuó la ponente-, una enorme cantidad de niños huérfanos, ancianos y mujeres deambulaba por las calles materialmente muriéndose de hambre, de suerte que el gobierno municipal empezó a racionar la comida e hizo unos comedores para atender a los más pobres. Pero estaban saturados. Si eran para 500 personas, llegaban mil y nunca alcanzaban los alimentos, mientras que a la gente de más dinero le vendían vales de racionamiento; también hubo epidemias y ese año fue de memoria nefasta para la ciudad de México.

En tiempos de la Revolución las calles de la capital no estaban pavimentadas, pero tenían casas de inspiración europea y estilo afrancesado heredadas del porfiriato, y en la Alameda Central había dos esculturas de leones (macho y hembra) que desaparecieron, porque no son los de bronce que están en la entrada del bosque de Chapultepec, que fueron hechos para presidir el acceso de lo que sería el Palacio Legislativo, actualmente Monumento a la Revolución.

Entonces, dentro del bosque de Chapultepec podían circular automóviles y la estatua conocida como ‘El Caballito’ estaba en la confluencia de avenida Juárez, Reforma y Bucareli, justo enfrente de la casa de Ignacio de la Torre y Mier, casado con Amada, la hija de Porfirio Díaz, que es donde ahora está la Lotería Nacional.

La ciudad de México sí sufrió daños en la Revolución, aunque no muchos, pero la Decena Trágica afectó la torre de la comandancia de la policía, el reloj chino de Bucareli y muchas casas cercanas, precisó González Gamio, quien también es catedrática universitaria y dramaturga.

La urbe reinició su progreso en los años 30

La ciudad de México volvió a desarrollarse a partir de 1930, cuando se retomó la construcción del Palacio de Bellas Artes y se decidió transformar el cascarón de lo que iba a ser el Palacio Legislativo en un Monumento a la Revolución, obra que estuvo a cargo del arquitecto Carlos Obregón Santacilia; la escultura del águila que iba a coronar la cúpula está ahora en el Monumento a la Raza, en Insurgentes norte.

En esa urbe todavía no se gestaba entonces el “nacionalismo revolucionario” que surgió como consecuencia del movimiento armado. Y como cada mentalidad se refleja en una arquitectura, la emanada de esta gesta se manifestó, entre otras cosas, en una que fue denominada neocolonial, consistente en volver un poco al barroco con el uso del tezontle, lo cual no fue muy afortunado desde el punto de vista estético, pero tenía la intención de ser una arquitectura nacionalista, explicó González Gamio.

Un estilo que gustó mucho fue el art decó, porque se prestaba para las formas del arte prehispánico, por eso hay en el interior del Palacio de Bellas Artes -que se concluyó una vez terminada la Revolución- muchos elementos inspirados en el arte prehispánico.

Las colonias que surgieron en esa época también utilizaron el art decó en las fachadas e interiores de sus residencias, mientras que el movimiento armado dio paso al muralismo nacionalista, que es una gran aportación de México al mundo. En esa época todavía convivían el México rural y el moderno, finalizó la conferenciante.