Las costumbres, las aristocracias prehispánicas y la vida diaria, incluidas las grandes pandemias, fueron parte del conversatorio en el que los expertos esta vez abordaron “La vida cotidiana indígena 1421-1820 y el surgimiento de la disidencia social a principios del siglo XIX”, en una nueva sesión del Seminario México-Tenochtitlan. Siete siglos de historia.
Organizado por la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México (SECTEI), la doctora Pilar Gonzalbo Aizpuru, profesora e investigadora de El Colegio de México (COLMEX), externó en el foro que no hablar de los indios es no entender nuestra ciudad, y que abordar la época prehispánica sin mencionar la colonial, sería imposible comprender nuestra historia.
“Nos encontramos ante el dilema que tenemos los historiadores, pues nos acusan de que nos volvemos a lo más antiguo, pero si no lo hacemos resulta impensable conocer nuestro presente”.
En la bienvenida, la doctora Alma Herrera Márquez, directora del Instituto de Estudios Superiores Rosario Castellanos (IESRC), señaló que temáticas como el espacio, la ciudad, los habitantes, la vivienda, la familia, los grupos domésticos, el trabajo, el tributo, el servicio personal y las ocupaciones diversas, forman parte de un pasado que invita a la reflexión.
Con una maestría y un doctorado en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Gonzalbo Aizpuru detalló que, en la época colonial, el abastecimiento de la ciudad, su limpieza, mantenimiento y transportes estaba a cargo de los indios.
“En algunos documentos históricos locales encontramos que los españoles aseguraban que a los indios había que cuidárseles, pues eran quienes se encargaban de alimentarlos”, apuntó.
En temas de educación, los indios podían acudir a las escuelas. “Educar no significaba instruir, sino enseñar cuáles iban a ser las actividades y la manera en cómo serían desempeñadas. Esta función estaba a cargo de la familia, de la catequesis parroquial, y de los jesuitas, quienes andaban por las calles cantando el catequismo”.
El doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM, Antonio Rubial García, precisó que la comunidad indígena en la época colonial abastecía de alimento y mano de obra a la ciudad. “La idea de una ciudad dividida en una traza española contrastaba con los barrios indígenas de los alrededores que conservaron sus nombres. Sin embargo, esa ciudad, a lo largo de la época colonial, era invisible”.
Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, España, Rubial García aclaró que, a finales del siglo XVI, Tenochtitlan dejó de ser una isla. “En la época colonial, era una península, unida a tierra por la parte del poniente, situación que se debió, en buena medida, a que los españoles se extendieron hacia esa parte, ocupando barrios indígenas”.
No todos ellos eran iguales, pues existía una clase llamada: nobleza. “En Tlatelolco y en Tenochtitlan había gobiernos indígenas en manos de las antiguas aristocracias prehispánicas. Había una casta nobiliaria, elegida y nombrada por las mismas autoridades españolas, a quienes se les llamó gobernantes indígenas”.
Las epidemias abatieron a la población indígena, mestiza y mulata de la ciudad durante todo el periodo colonial. “La gran epidemia de 1545, la de 1570 y la de 1590 son algunos ejemplos. No obstante, la terrible de 1737 acabó con la mitad de la población. Estas enfermedades nos hablan de una ciudad que no sólo se encontraba en constante movimiento, sino que también era una ciudad atacada constantemente por desgracias y catástrofes”.
El doctor Pablo Escalante Gonzalbo, doctor en historia por la UNAM, refirió que la Ciudad de México conserva muchos elementos de la vida cotidiana que existían en Tenochtitlán antes y después de la Conquista y el periodo colonial, como la solidaridad comunitaria, los problemas del agua, la organización familiar, la autonomía barrial, la reacción de apoyo ante los sismos, y la valorada presencia de la artesanía de los pueblos del Golfo y Oaxaca.
Escalante Gonzalbo expuso que paradójicamente la ciudad que se fundó en un lago siempre ha tenido problemas con el agua, por exceso, con graves inundaciones, y por la escasez de agua potable que solo llegaba a la ciudad por el Acueducto de Chapultepec, donde era recolectada por los aguadores para distribuirla en canoas a los distintos barrios de chinampas.
Para controlar las inundaciones, se construyeron diques y acueductos a fin de drenar y controlar la circulación de los afluentes; su control trajo consigo la estabilización de la producción agrícola, lo que permitió un gran dinamismo económico.
Podían transportarse grandes cantidades de mercancía entre los canales antes y después de la llegada de los españoles, algo que dio origen a los grandes mercados de la Plaza México y la Plaza de Tlatelolco, pero también a conflictos por la posesión de la tierra entre la creciente población criolla y las comunidades originarias.
En cuanto a la familia, explicó que el concepto nuclear que hoy conocemos no existía, pues debido a la alta tasa de mortalidad por las guerras, las enfermedades gastrointestinales, epidemias y los fallecimientos de madres e infantes durante el parto, la familia extendida era necesaria para sobrevivir.
“Fue la solución demográfica propia de la época, donde la familia estaba integrada por un grupo de hermanos con su descendencia y a veces con los ancestros (padres y abuelos) todavía vivos, quienes convivían en el patio que compartían las varias casas que construían alrededor”.
Las familias constituían los barrios que contaban con bastante autonomía del poder central, tenían personalidad propia, un dios patrono y un oficio en común, como pescar, cazar patos, confeccionar tapetes o dedicarse a la cerámica.
En cuanto al tributo que debían pagar al gobierno central imperial, se hacía mediante la colaboración de sus jóvenes varones, quienes a partir de los 13 años tenían que participar en las tareas de obra pública y ejercicios militares; eran entrenados para la guerra, y por las noches, hombres y mujeres adolescentes acudían a la Casa de Canto, Cuicacalli, a aprender música y danza para las ceremonias religiosas, espacio propicio para la formación de sus futuras familias.
Lo anterior, explicó el historiador, permitió dos tipos de fiestas: la pequeña fiesta del barrio con pequeños rituales familiares que tenían lugar en el patio común, y la gran fiesta pública por las calles y plazas de la ciudad, “que debió haber sido espectacular, con una faceta sangrienta cuando los sacrificios, y lo grandes cuadros con bailes, tablas semiacrobáticas, tocados de plumas, disfraces de águila, de pez, atuendos coloridos, estandartes, y la música de flautas y tambores”.