En la actualidad las lluvias son eventos más cortos y de mayor intensidad, y de acuerdo con estudios, existe la posibilidad de que la urbanización en la Ciudad de México ejerza influencia en cómo llueve, expusieron David K. Adams y Elda Luyando López, investigadores del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM.
En el país, las precipitaciones pluviales de los últimos días no son anormales: sí son fuertes, pero se debe a la temporada normal de lluvias. Pero de acuerdo con observaciones satelitales, desde hace décadas hay una tendencia a que sean más fuertes, en particular en la ciudad capital, dijeron.
En rueda de medios, explicaron que la aglomeración urbana podría ejercer influencia en cómo llueve; sin embargo, no puede decirse que ésa sea la causa general de los encharcamientos e inundaciones recientes. “El problema es multifactorial, tiene mucho que ver con el clima, pero también con la forma como está asentada la ciudad”.
Elda Luyando resaltó que son innegables las señales de la extrema urbanización en la capital mexicana: cada vez son menos las áreas verdes y más las zonas impermeables. Esto genera un mayor calentamiento que crea inestabilidad, y por lo tanto un crecimiento en las nubes en forma vertical.
“Esto podría derivar en periodos de lluvia más cortos, pero más intensos, y posiblemente el drenaje no tenga la capacidad para recibir esa cantidad de precipitación pluvial”.
No obstante, reiteró, el problema de fondo es el crecimiento desmedido de la urbe. No es que de la nada las lluvias se presenten de esta manera y produzcan el efecto actual, tiene que ver en cómo se ha extendido la metrópoli, cada vez con menos filtración hacia los acuíferos.
Al no tener infiltración, el agua escurre hacia las alcantarillas, que muchas veces tienen basura y provocan inundaciones. Además, los afluentes pluviales podrían rebasar al drenaje, explicó.
David Adams remarcó que este tipo de precipitaciones continuaría aunque la mancha urbana no influyera en su magnitud, o no existiera el calentamiento global. “No son anormales, tienen más relación con el crecimiento tan absurdo de la ciudad.”
En ese sentido, Elda Luyando subrayó que desde hace décadas la lluvia ha sido variable. Siempre hemos tenido tormentas, aunque con anterioridad sin inundaciones. “Por ejemplo, el cuatro de octubre de 1988 cayeron más de 90 mililitros de agua por precipitación pluvial en Cuajimalpa, y 70 mililitros en Iztapalapa, y existen registros más antiguos con lluvias más severas”.
Entonces, la situación no es nueva, la lluvia cambia año con año; puede presentarse en una temporada y en otra no. Además, no es lo mismo un evento de precipitación extremo para las distintas zonas de la Ciudad de México.
Ambos investigadores insistieron en que siempre han existido tormentas intensas, pero la falta de vegetación hace que el agua escurra y busque el drenaje metropolitano, que es insuficiente.
Por último, Elda Luyando apuntó que el agua tiene memoria. Esta zona era lacustre, los lagos fueron drenados evitar inundaciones y dar paso a asentamientos humanos.
“En la ciudad se hacen esfuerzos ingentes por mantener en funcionamiento las estructuras hidráulicas, se detiene el agua con vasos reguladores en las montañas y se realiza todo tipo de manejos para que no se anegue. En el momento en que desaparezcamos como ciudad, que será en cientos de años, ésta regresará a ser una cuenca lacustre”.