En México, es necesario que sociólogos hagan estudios sobre la respuesta de la población ante la alerta sísmica, que funciona desde 1991, afirmó Allen Husker, del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM.
Aunque las reacciones exageradas son poco frecuentes, un pequeño porcentaje de la población responde de manera “imperfecta” ante una alerta, lo que podría traer consecuencias graves, explicó.
“Se ha trabajado para crear una cultura sísmica con las alertas y simulacros, pero en realidad las personas se asustan al escucharlas, incluso más que cuando se presenta el movimiento. Quedan paralizadas ante el sismo y a veces hasta saltan por las ventanas por el temor de que su edificio colapse”, detalló.
Tras revisar los sistemas de alerta en la Ciudad de México y California, el universitario concluyó que éstos no contemplan la parte humana, “y eso es lo que hace falta, pues los que estamos involucrados somos sismólogos”. Los resultados de sus investigaciones, hechas en conjunto con Elizabeth S. Cochran, del U.S. Geological Survey, fueron publicados en la revista Science.
Alerta desde 1991
El Sistema de Alerta Sísmica Mexicano opera para la Ciudad de México desde 1991, y para Oaxaca desde 2003, y trata de ampliar su rango de acción.
Aquí, para avisar a la población se usan bocinas y algunas aplicaciones en teléfonos inteligentes, mientras que en California se utilizan sólo los móviles, con consecuencias diferentes de alertamiento, precisó Husker.
Por ejemplo, “si en Los Ángeles alguien que reciba la alerta se distrae mientras maneja por una de las muchas carreteras de alta velocidad, podría generar un accidente que afecte a muchos más conductores”.
En tanto, en la CDMX es adecuada la posición de la alerta, porque se encuentra relativamente lejos de la costa, donde se originan los sismos de magnitud considerable; entonces, el tiempo en que viajan las ondas sísmicas permite una anticipación de 30 segundos y hasta poco más de un minuto.
Sin embargo, en el sismo del 19 de septiembre de 2017, debido a la cercanía del epicentro, la alerta sonó a la par que el movimiento telúrico.
“El alertamiento en México se basa en magnitud, pero debería ser por la intensidad, es decir, cómo lo sentirá la gente: si está cerca del epicentro la intensidad es enorme, si está lejos, es bajo, y en ese parámetro debería apoyarse”, subrayó el especialista.
Husker recordó que el sismo del 19 de septiembre de 2017, con epicentro en Puebla y magnitud de 7.1, se sintió muy intenso por la cercanía, mientras que el del 7 de septiembre del mismo año, con epicentro en Oaxaca, se percibió menos por la lejanía, aunque la magnitud fue de 8.2.
Alarma, una preparación mental
El universitario resaltó que la gente se molesta porque suena la alarma sísmica, pero no se percibe el temblor. Explicó que debido a que en nuestro país la alerta suena por cualquier movimiento de magnitud 5 o más, la cantidad de alertamientos es considerable, pero no se perciben porque el epicentro es lejano y la intensidad al llegar a la CdMx es muy baja.
La población exige información rápida sobre los sismos, pero debe difundirse que la alarma es una forma de prepararse mentalmente ante una inminente sacudida, como ocurre en Japón. “Desafortunadamente, aquí la mayoría de la gente no toma en cuenta las medidas de protección civil, además el ruido ambiental a veces hace difícil escuchar la alarma”, reconoció.
No se ha demostrado claramente que alguna de las más de 40 alertas públicas emitidas en la Ciudad de México durante los casi 30 años de historia del sistema haya salvado alguna vida, se lee en el artículo de Science. Pero no por una falla en el sistema, sino porque no ha ocurrido un sismo con la intensidad suficiente para causar daños extremos como colapsos, y que pruebe su eficacia, “excepto el del 19 de septiembre de 2017”, precisó el experto.
Finalmente, subrayó que cada alerta tiene diferentes funciones. Por ejemplo, en Japón una aplicación automatizada frena el flujo de los trenes, y en California se detiene el tránsito rápido del área de la bahía.