La pirotecnia en México no es solo un espectáculo visual: es un lenguaje ritual, religioso y comunitario que ha acompañado a las fiestas populares por más de dos siglos, explicó María Angélica Galicia Gordillo, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, al destacar su profunda conexión con la festividad y la comunicación simbólica entre el ser humano y la deidad.
“La pirotecnia está relacionada con lo ritual y lo religioso, con la idea de la conexión de la festividad y la comunicación del ser humano con la deidad”, señaló la especialista en entrevista, al subrayar que el uso de cohetes y fuegos artificiales forma parte de una concepción simbólica del sonido y la luz como elementos de tránsito entre la tierra y lo divino.
Como ejemplo de esta apropiación cultural, Galicia Gordillo relató un testimonio recogido en la comunidad de San Pedro Atzompa, Estado de México, donde don Luis le explicó cómo identifica las celebraciones: “Yo cuando quiero ir a una fiesta me subo a la azotea y veo dónde hay cuetes… así las ubico en tiempo real”.
Desde el ámbito ritual, explicó la antropóloga, los cohetes se incorporaron como parte de la vinculación simbólica entre la tierra y Dios, especialmente durante la transición cristiano-católica. La luz, el sonido y el movimiento representan ese viaje espiritual que se completa con el estallido de los fuegos artificiales.
“No pueden llegar hasta el cielo, pero los castillos y las coronas que giran sí. De ahí su práctica”, explicó, al detallar cómo estas estructuras pirotécnicas adquieren un significado espiritual y social dentro de las comunidades.
La experta en religiosidad popular y transformación cultural puntualizó que los momentos rituales se han ido asociando de manera natural con la pirotecnia, al grado de convertirse en un marcador de identidad comunitaria. En muchas localidades, el prestigio de una fiesta se mide por la cantidad de cohetes que estallan.
“Un pueblo que no suena es un pueblo que no existe. Entre más cohetes truenen, mayor es el prestigio de la comunidad”, afirmó Galicia Gordillo, al destacar que la pirotecnia no solo genera un impacto visual, sino también un reflejo auditivo que reafirma la existencia del pueblo.
De acuerdo con datos del Instituto Mexiquense de la Pirotecnia, más del 60 por ciento de la pirotecnia del país se fabrica en el Estado de México, siendo Tultepec el epicentro de esta actividad. Tan solo en ese municipio, la derrama económica anual se estima en 15 mil millones de pesos, y más de 200 mil familias dependen directa o indirectamente de esta industria.
Además, en la entidad mexiquense existen alrededor de 8 mil 200 iglesias, todas ellas usuarias de pirotecnia durante fiestas patronales y celebraciones de Año Nuevo, lo que refleja la dimensión social y económica de esta práctica.
Según la investigación de Galicia Gordillo, la pirotecnia no es un fenómeno previo a la Conquista, sino que llegó con la hispanidad y se consolidó durante la difusión de la pólvora y los fuegos artificiales, principalmente entre los siglos XVII y XVIII.
Esta visión histórica coincide con lo expuesto por María del Carmen Vázquez Mantecón en su libro “Cohetes de regocijo. Una interpretación de la fiesta mexicana” (2017), donde documenta que desde el siglo XVI el arte de la pólvora y los artificios de fuego era una práctica reconocida en Europa y trasladada posteriormente a América.
Así, la pirotecnia en México se mantiene vigente no solo como tradición festiva, sino como un símbolo de identidad, comunidad y existencia colectiva, donde el sonido y la luz continúan anunciando que la fiesta —y el pueblo— siguen vivos.



