Llevamos más de tres semanas desde que las autoridades sanitarias declararan las medidas de sana distancia y recomendaran quedarnos en casa. Con la declaratoria de emergencia sanitaria, la situación se recrudeció y lo que antes eran recomendaciones, se convirtieron en órdenes.
Esto ha obligado a millones de personas a permanecer en sus casas con los consecuentes cambios en sus hábitos diarios como es frenar sus ritmos de vida y cambiar sus rutinas. Recientemente, la Secretaría de Gobernación dio a conocer que la violencia intrafamiliar se había incrementado entre 30 y 100 por ciento en varias partes de la República.
Wendy Figueroa, directora de la Red Nacional de Refugios, que pone a disposición de las y los ciudadanos centros de acogida y servicios de apoyo en caso de sufrir violencia en la familia, declaró en entrevista con Leo Zuckermann que las solicitudes de ingreso a refugios se han incrementado cinco por ciento con la cuarentena. Además, resaltó que el 80 por ciento de la población infantil del país vive en hogares en los que existe algún tipo de violencia.
“Entre los desafíos que presenta una situación como la que estamos viviendo, es cuando se rompe un ritmo en una rutina que ya tienes establecida” explica Patricia de la Fuente, directora de Servicios Educativos para el Desarrollo Infantil (SEDI).
“A nivel psicológico, hay una movilidad dentro de la familia. Este equilibrio que se tenía o se pretendía tener con la cotidianeidad puede desestabilizarse”, explica Maribel Medina, licenciada en psicología por la UNAM, maestra en inclusión educativa por la universidad de Salamanca y terapeuta emocional.
Asimismo, puede haber más dificultades cuando no existía una convivencia previa. “Podemos decir que ahora hay un ‘exceso’ de convivencia, cuando en realidad hemos vivido en los últimos años un problema muy importante por falta de convivencia”, explica Patricia, quien cree que estas problemáticas son intrínsecas a una situación en la que no hubo una planeación y que no fue analizada, por lo que las personas no son capaces de ponderar las implicaciones de una decisión u otra.
En muchos casos, los integrantes de la familia, han tenido que pasar de ser extraños en sus casas a ser las únicas personas con las que interactuar cada día. “La convivencia es un problema que tiene diferentes facetas. Hemos llegado al extremo opuesto, que es mucha convivencia en un lugar confinado y que, además, si estamos hablando de niños pequeños, éstos tienen requerimientos físicos, de espacios donde puedan sentirse libres, atendidos, no ignorados por padres que deben continuar haciendo home office”, comenta De la Fuente.
A estos desafíos de la ‘sobreconvivencia’ se añade el factor de obligatoriedad. “Debemos permanecer en un mismo lugar sin opciones para encontrar ese balance a través de otras actividades que sean complementarias o alternativas. El principal problema es, por lo tanto, que te sientes privado de tu libertad de elección”, cuenta la especialista en educación quien añade que, “cuando te encuentras en una situación así, entras en un estado de ansiedad e inquietud porque no puedes decidir. Tienes que enfrentar una situación impuesta por un tercero; y eso, genera tensión”.
Por su parte, Ana María Castanedo Robles, maestra en psicología clínica por la UNAM y con treinta años de experiencia como terapeuta familiar y de pareja, resalta que no sólo ha habido “una condensación de espacio” al quedar todos confinados en casa, sino que también “los roles de cada persona se están dando en uno solo”. Es decir, antes era alumna en mi escuela, empleada en mi trabajo y mamá en casa, explica la especialista en psicología; y ahora todo se da en un mismo lugar.
“Esto va a transformar las relaciones entre la familia y entre los amigos”, concluye Ana María, quien ve especial riesgo en los adolescentes. “Para un adulto, el no tener una vida social tan activa puede ser un sacrificio, pero no es nada comparado con lo que ésta representa para un adolescente”, resalta. En la adolescencia tiene mayor importancia la relación con aquellas personas que consideramos iguales, es decir, otros jóvenes. Además, Ana María cree que los jóvenes pueden “no vivir esto como su problema”, ya que existe una percepción de que la infección no afecta a la población joven. Por eso es necesario que “todos tomemos consciencia de nuestra pertenencia a un grupo, ya sea la familia, la sociedad o el país” para combatir la situación.
Maribel Medina, licenciada en psicología por la UNAM, maestra en inclusión educativa por la universidad de Salamanca y terapeuta emocional, cree que cada miembro de la familia vive la situación de manera diferente y recuerda que no sólo los niños y adolescentes requieren apoyo, sino también los adultos, especialmente si son padres.
“El no poder expresar las emociones puede generar mayor ansiedad. El no saber cómo responder a las preguntas de los niños o cómo lidiar con los adolescentes que tenemos en casa, también puede convertirse en algo que se suma a toda la sensación que ya están de por sí viviendo las personas adultas”. Por eso, Maribel recomienda que éstos canalicen espacios para hablar y liberar las emociones. Además, Maribel subraya la relevancia de crear espacios de contención como son nuevas rutinas que permitan estructurar la cotidianeidad al interior de los hogares.
Dadas estas condiciones, que, no sabemos con certeza cuándo terminarán, Patricia de la Fuente recomienda estructurar la convivencia con una rutina y reglas mínimas de coexistencia. “Es importante que los padres o adultos sin hijos, creen nuevas rutinas, horarios, donde haya responsabilidades, con un reparto balanceado de las tareas del hogar, establecer horas fijas para las comidas y buscar un equilibrio de coexistencia”, recomienda la especialista.
Por su parte, Ana María ve la situación como las dos caras de una moneda. “Para muchas personas la cuarentena implica el quedar encerrado con un agresor y no tener la posibilidad de salir, pero al mismo tiempo estoy sorprendida de que para muchas familias ha sido la oportunidad de reconectar con la pareja o con los hijos”, cuenta la especialista en psicología.
La nueva “normalidad” que vivimos nos genera incertidumbre, miedo e inseguridad. No sabemos cuándo terminará el confinamiento, tampoco cómo será la vida cuando éste termine. Pero en algo que sí coinciden las especialistas es en que toda esta situación transforma las relaciones humanas, tanto para bien como para mal.