La presión social hacia mujeres con cabello afro es un racismo estructural, proveniente de las etapas esclavistas del siglo XVI, que continúa hoy en Latinoamérica y en otras partes del mundo, afirmó Metztli Molina Olmos, de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM.
Al hablar de los avances de su estudio “El pelo afro no se toca: resistencia desde el activismo estético”, la integrante del Colegio de Estudios Latinoamericanos recordó que desde entonces se daban azotes y se trasquilaba a quienes expusieran su cabello, porque incomodaba a los demás.
Se trata de una corporalidad negada, pues los cánones de la belleza occidental indican una piel clara y el pelo liso, y quienes no los tengan sufren presión social y violencia, dijo.
“Todo lo que no se parezca a lo blanco y liso es raro, exótico, extravagante, y por eso a las mujeres con cabellos retorcijados se les intenta tocar la cabeza, y eso es violencia hacia los cuerpos y el espacio personal”, advirtió.
Historia en círculos
La prohibición del cabello afro en las leyes de trata de personas (a partir del siglo XVI) llegó a tal grado, que surgieron algunas legislaciones al respecto, para que fuera trasquilado, resaltó Molina Olmos.
“Como referente tenemos en Estados Unidos la ‘Ley de Negros’, de 1735, en Carolina del Sur, de los primeros estatutos que especificaban el tipo de vestimenta que los afroamericanos debían usar. En 1785 se implementó una en Luisiana, que estipulaba el uso de turbantes o pañuelos (sólo blancos o grises) en la cabeza para que las mujeres no mostraran su cabello”.
Estos pañuelos eran usados por empleadas domésticas, campesinas, las esclavizadas… “todo esto deriva en una corporalidad negada, porque parte de su cuerpo no podía ser utilizado, ni siquiera tener una representatividad, porque estaba prohibido mostrarlo”, remarcó.
Comunicación capilar
Tanto el pelo afro como los turbantes tuvieron un proceso en el que se volvieron “símbolo de identidad propia y comunitaria”, ante una sociedad que les decía que tenían que usarlo porque eran esclavas, alisarse el cabello o estar acorde a los parámetros estéticos occidentales.
“El turbante tiene muchas denominaciones, depende de sus usos utilitarios y simbólicos; se crearon en el crisol de la esclavitud y también dentro de las mismas comunidades. Por ejemplo, el nudo o moño a la derecha denotaba que la portadora estaba casada, a la izquierda que estaba soltera, en la parte de atrás que estaba viuda, en la parte de enfrente que iba de fiesta o que estaba de ‘rumba’”, describió.
Una página histórica más se dio con el movimiento Black is beautiful, nutrido por el movimiento de la negritud, en los años 60, donde surgió el peinado afro como un símbolo de resistencia. No es que antes no lo fuera o no existiera, pero se reivindica este movimiento a partir de portar así el cabello, porque a finales del siglo XIX a Estados Unidos llegaron los primeros “desenrizadores”, que eran como cremas para alaciarse el cabello.
Black is beautiful alentó a muchas mujeres para que ya no se lo alisaran, sobre todo porque en ese proceso utilizaban sustancias químicas que provocaba quemaduras en la cabeza.
Al día de hoy continúa la presión social contra el cabello rizado, reiteró Metztli Molina. Los cánones de estética establecen que debe ser liso, tanto en el trabajo como en la escuela; hay casos de mujeres que desde la niñez les practicaron el primer planchado de cabello a sus hijas, y no con un artilugio, sino con productos químicos.
Por ello, en Panamá surgió el “Día de las trenzas”, que se celebra cada 21 de mayo desde 2012, a raíz del caso de una señora que llevaba a su hija con trenzas y le prohibieron el ingreso al plantel, concluyó.