Por Joana Elizabeth Salinas, Psicopedagoga y Co-creadora de Empareja2
La felicidad es el oro filosofal de nuestra era. Lo perseguimos incluso más que la salud o el dinero. De hecho, sintetiza todo lo bueno.
No en vano, ahora más del 80% de las personas buscan que su trabajo les brinde felicidad. No es descabellada la idea si consideramos que junto con el amor es lo que le da sentido a la vida.
Se estima que las acciones, pensamientos y actitudes de cada persona determinan hasta el 40% de su propia felicidad. Al mismo tiempo se investigan las actividades que tienen mayor impacto en los niveles subjetivos de bienestar psicológico. Gracias a estos trabajos se establece un catálogo de actividades positivas que inciden en la felicidad personal y laboral.
Aunque estas actividades le competen a cada persona, la organización puede desempañar un rol protagónico en ponerlas al alcance de todos y usarlas para favorecer la salud y el bienestar de todos sus empleados.
Iniciamos en esta ocasión con el cuidado de la mente y del cuerpo. En esta primera categoría se engloban cuatro actividades: hacer ejercicio físico, dormir bien, meditar y simular felicidad.
Las razones por las cuales el ejercicio tiene efectos positivos a nivel psicológico son diversas: aumenta la sensación de dominio y control, pues uno se siente responsable de su propia salud; distrae la mente, aleja de ella las preocupaciones, ofrece oportunidades para establecer contactos sociales y, aunque en este punto las evidencias no son contundentes, parece ser que la actividad física libera una endorfina relacionada con la felicidad.
El ejercicio físico sólo es eficiente cuando se acompaña de un verdadero descanso, por lo cual es esencial dormir lo suficiente y lograr un sueño reparador. De forma semejante, múltiples estudios demuestran los efectos positivos de la meditación sobre la salud física y mental, así como su capacidad para disminuir el estrés.
Por último, la actividad de simular la felicidad se apoya en la hipótesis de la retroalimentación facial, que se remonta a las teorías de Charles Darwin: esta hipótesis sostiene que la expresión facial de la emoción incrementa la propia emoción. Así, por ejemplo, quien sonríe o expresa entusiasmo se sentirá mejor consigo mismo, porque además de proyectar una emoción positiva, que posiblemente genere reacciones positivas y amables en los demás, activa un mecanismo neuronal que hace que la experiencia emocional se sincronice con la expresión.
De todas estas actividades se pueden derivar recomendaciones concretas para las organizaciones que quieran promover el engagement de sus empleados, como implementar un modelo de fitness corporativo; garantizar el adecuado descanso de sus trabajadores, evitar la sobrecarga de jornadas demasiado prolongadas, promover que los empleados destinen quince o treinta minutos diarios a practicar la meditación o enseñarles a modificar sus propias emociones mediante el control de sus propias expresiones faciales.
Hoy, más que nunca, la empresa tiene un importante rol en la vida y bienestar de sus colaboradores. Es tiempo de generar una cultura de la felicidad. Es parte esencial de la resiliencia corporativa.