Por Ivette Estrada
Las emociones tienen voces contundentes, imposibles de callar o ignorar. Se propagan en nuestros círculos cercanos, pero también viajan a través de las pantallas de los celulares o computadoras. Marcan el ritmo de las conversaciones y fuerzan nuestra empatía.
El tedio, la irascibilidad o la esperanza se comparten de manera inadvertida, pero también el tesón, la alegría y serenidad. De ahí que muchas organizaciones traten de paliar la “desconexión” emocional derivada de la conexión “24 x 24” a la que ahora estamos expuestos con el teletrabajo y formatos híbridos de laborar.
Personal extenuado, con miedo o alto estrés, “se viraliza”, y tales sentimientos parecen recrudecerse a medida que limitamos nuestros contactos informales con otros y no logramos verbalizar los estados emocionales negativos. Incluso, varias ramas de medicina alternativa establecen que no importa un hecho traumático en la vida de cada uno de nosotros: sólo nos enferma el callarlo. El cuerpo “responde” a las dolencias emocionales.
De ahí la importancia de hablar, de comunicar lo que parece atravesado en la garganta, se llorar, maldecir o mascullar, de no callar.
De abajo hacia arriba las emociones más negativas son la indiferencia y dolor. Ascienden a lástima, hostilidad encubierta, desprecio, ira, aceptación, enojo, alegría, entusiasmo, felicidad y serenidad.
¿Cuáles son las emociones que deseamos transmitir a los otros, a los miembros de nuestra familia, pareja, colegas de trabajo, vecinos, transeúntes?
Una amiga muy querida me confió hace poco: “corren tiempos difíciles ahora…” y tiene razón. Sin embargo, desde aquí deseo enviarle a ella y a todos, serenidad. Que en su corazón exista paz. No podemos controlar los eventos externos pero sí podemos “programar” como nos afecta cada uno de ellos.
Meditar en nuestra reacción nos permite “controlar” y modificar las reacciones. La vieja conseja de “respirar diez veces” tiene mucho sentido. Nos permite estar en el aquí y ahora y no magnificar trascendencias de un inconveniente ni desatar una escalada de estrés. Ya con calma conviene enlistar los pros y contras que faciliten una decisión más conveniente de actuación. Después procede a analizar la propia actitud y sonreír o cantar. Cuando se “finje” ser feliz no es abonar a la comedia de la simulación sino a que nuestro cerebro capte que somos felices y actúe en consecuencia.
El cerebro no sabe de fingimiento, bromas o tiempo pasado. También desconoce que la imaginación no es real. Simplemente para él es. Así que conviene “engañarlo” porque sólo será momentáneo. Después seremos genuinamente felices.
Suena simplista. Pero se vale de todo para sobrevivir a las ausencias, soledad e incertidumbre. Debemos hacer múltiples escudos para protegernos de los malos tiempos…