SON XITAS DE CORPUS INVOCADORES DE LA LLUVIA Y LA FERTILIDAD

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Ha llegado el día, suenan los violines y el sonido de tambores que se entremezclan con los sonidos que hacen las latas amarradas a los trajes del ixtle extraído del maguey, mientras los “Xitas” o viejos inician su danza representando a los antiguos, a lo viejo que se renueva de fe y energía para invocar la lluvia y la fertilidad.

Cada año, esta festividad surgida de tiempos prehispánicos y que, una vez terminada la conquista de México, se ha sincretizado con la celebración religiosa del Jueves de Corpus, viste de fiesta las calles de Temascalcingo, que recibe la llegada de cientos de cargueros de todas las comunidades encabezados por El Viejo y La Vieja mayor.

La celebración de los Xitas o Viejos de Corpus del municipio de Temascalcingo hermana en el tiempo a la cultura mazahua y otomí, que se funden en las máscaras hechas de tronco o de maguey con rasgos de un pasado antiguo que rejuvenece con la participación de niños que, a una corta edad, imitan los pasos de sus mayores.

Esta tradición rememora las enseñanzas de los abuelos, como recuerda Florencio Magdaleno Contreras Narciso, de la comunidad otomí de La Magdalena, quien desde hace más de 40 años se ha convertido en uno de los maestros artesanos más reconocidos en la fabricación de las máscaras que portan los Xitas.

“Los viejos bailan para que llueva, bailan para que haya cosecha, para que haya hongos, aquí a los viejos, en aquel tiempo, se comparaba con los hongos del cerro”, dice, mientras termina el tallado de la figura de un rostro marcado de arrugas.

A nosotros, dice, nos enseñaron que los viejos venían de muy lejos “la abuelita nos decía, ‘¿sabes qué?, ya va a llegar el Jueves de Corpus y los viejos ya vienen del Cerro Grande’ y nosotros pues sí le creíamos”, agregó.

Don Florencio explica que, en tiempos más antiguos, la gente emigraba a los estados de Michoacán y Guanajuato, de allá traían la verdura y en el transcurso del camino encontraban animales y cazaban animales y de ahí viene el canasto que los Xitas traen a cuestas mientras bailan, por lo que también son conocidos como los “cargueros”.

Cuando esa gente llegaba, lo primero que hacían era visitar a su santo patrón de la comunidad y llevaban una ofrenda de semilla o de fruta, se lo dejaban allá y daban gracias para regresar con bien y le pedían que el siguiente año pudieran regresar.

Esta celebración viva representa el encuentro con los antepasados, a través del ritual de lo sagrado, mientras el compás de la música y el eco de cientos de pasos estrechan la armonía de esta festividad que se asocia con la naturaleza agrícola y la vida comunitaria de los pueblos indígenas del Estado de México.

Es Jueves de Corpus, de fiesta, que se anuncia con las campanas y cohetes, mientras los Xitas, bajan de los cerros y montañas para reencontrarse como cada año en el atrio de la iglesia.

Aquí, los viejos vestidos de ixtla y grandes sombreros, cargados de fruta y verduras, reflejan a través de sus danzas y sus máscaras el sentido de pertenencia a esta tierra del venado, mientras su mirada, enmarcada en un rostro viejo renueva la fe y la energía de los invocadores de la lluvia.