(Primera de dos partes)
Norma L. Vázquez Alanís
El primer judío en llegar a México, que entonces era Mesoamérica, fue quizá Alonso de Ávila, quien en noviembre de 1518 se unió -como uno de los diez capitanes- a la expedición de Hernán Cortés que partió de Cuba en febrero de 1519 y culminó con la conquista de Tenochtitlan en 1521.
En la conferencia virtual que con el tema “Alonso de Ávila, judío converso, conquistador y capitán de Cortés en la conquista del nuevo mundo” ofreció a los miembros de la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG), patrocinada por la UNAM, así lo expuso el arquitecto Manuel Gamio Petricioli.
Al cumplirse en 2021 los 500 años de la caída de Tenochtitlan y de la fundación de la ciudad de México -dijo- es el momento adecuado de recordar estos acontecimientos con la nueva visión de la historia, porque la historia oficial se olvidó de los personajes de ascendencia judía y de las causas que los trajeron a estas tierras.
Alonso de Ávila nació en la judería de Toledo en 1486 (murió en 1542 en Nueva Galicia adonde participaba en campañas militares) y para 1512 llegó a La Española, hoy República Dominicana, donde fungió como tesorero real. Había sido secretario de la reina Isabel la Católica, lo que le permitió desarrollar una carrera burocrática con la que logró un encumbramiento social y económico, para el que no fue obstáculo su ascendencia judía. Perdió el cargo de tesorero real porque tuvo problemas con la justicia por un casamiento ilegal con Elvira Guillem, así como por no entregar el estado de cuentas de los impuestos recaudados.
Sin embargo, se enroló en las huestes de Cortés, quien armó su ejército con financiamiento y préstamos de judíos conversos, es decir, aquellos que tras el Edicto Real de Granada de 1492 decidieron quedarse en España y después de ser sometidos a un juicio por parte de la Santa Inquisición se les declaraba convertidos al cristianismo; así llegó a lo que hoy es territorio mexicano, señaló el conferenciante.
El perfil psicológico de Hernán Cortés se puede apreciar desde el momento en que se autonombró jefe de la expedición; no respetaba las leyes de la Corona -comentó Gamio Petricioli-, de manera que cuando Cortés arribó a la que llamaría Villa Rica de la Vera Cruz, Alonso de Ávila apoyó la proclamación de Cortés como Capitán General y de Justicia Mayor; una vez fundada la aldea, Cortés lo nombró tesorero del rey para llevar el control del Quinto Real.
Más adelante, en noviembre de 1519 estando en Tenochtitlan, junto a Cortés y otros capitanes, De Ávila estuvo presente en el arresto de Moctezuma, de forma que, junto con Pedro de Alvarado, Juan Velázquez de León y Francisco de Lugo tuvo a su cargo la custodia del tlatoani.
En 1522 Cortés nombró a Alonso de Ávila alcalde mayor de México y ese mismo año lo envió a Castilla, junto con Antonio Quiñones, para llevar el tesoro de Moctezuma o el Quinto del Rey de la conquista de Tenochtitlan, pero en su trayecto el barco en que viajaban fue atacado por piratas franceses al mando de Jean Fleury, que les robaron el oro, la plata y tres carabelas. De Ávila estuvo preso durante dos años en Francia hasta que logró pagar su propio rescate.
Explicó Gamio Petricioli que Fleury fue el primer europeo que llegó a la actual bahía de Nueva York, además de que alcanzó las costas de lo que hoy es Carolina del Norte, desde donde exploró el litoral norte hasta el territorio que en el presente ocupa Nueva Escocia.
Después de la caída de Tenochtitlan, Cortés comenzó a asignar predios valiosos a sus capitanes y les dio encomiendas, por eso Alonso de Ávila se convirtió en un rico encomendero pues recibió Cuautitlán y otros dos pueblos que le pagaban tributo; los terrenos que recibió para edificar su casa estaban donde se ubicaba el Uchilobos o Huichilobos, que según relata el cronista de la Ciudad de México Artemio de Valle Arizpe, era como se conocía al templo dedicado a Huitzilopochtli.
Alonso de Ávila tardó dos años en pagar su propio rescate al pirata Fleury, luego de lo cual llegó a Madrid y vio al rey, quien lo mandó de regreso a América, esta vez a Mérida como tesorero real, pero sucedió que durante su ausencia su hermano Gil González de Ávila, al que en febrero de 1527 le habían dado un lote que lindaba con el de Alonso, le quitó sus encomiendas, entre ellas la más importante de Cuautitlán. Cuenta la leyenda que, antes de morir, Alonso de Ávila maldijo a su hermano para que ninguno de sus hijos gozara de su riqueza mal habida.
Lo cierto es que los hijos de González de Ávila, Gil y Alonso fueron decapitados en 1566 por haber participado en la conspiración contra la Corona, emprendida por Martín Cortés (hijo del conquistador), mientras que el menor de ellos murió ahogado en una letrina y la única mujer -ingresada en un convento porque se había enamorado de un mozo mestizo- se ahorcó. Apuntó Gamio Petricioli que Nora Ricalde relata esta historia en su libro La monja que se ahorcó. Según relatos, los tres hacían fiestas en las que recreaban la caída de Tenochtitlan, Martín Cortés vestido como su padre y alguno de los hermanos De Ávila como Moctezuma.
En el lugar donde estaban las llamadas casas De Ávila, que se ordenó fueran derruidas y el terreno sembrado con sal, se colocó una piedra consignándolos como traidores para que no se olvidara el hecho; dicha lapida está ahora en el Museo del Templo Mayor. Los predios quedaron llenos de basura por mucho tiempo hasta que Melchor Pérez de Soto los compró e hizo su casa, pero tiempo después se le acusó de tener en su biblioteca libros prohibidos y fue condenado a prisión en una mazmorra de la Santa Inquisición donde perdió la razón.
Al paso de un año los vencedores comenzaron a limpiar los escombros y a derribar los palacios y los templos de Tenochtitlan, disponiéndose a edificar una nueva ciudad para borrar las huellas de la sangrienta destrucción, expuso el conferenciante; se desmantelaron las pirámides piedra por piedra, mismas que se utilizaron para construir la nueva urbe porque ese material era muy escaso en la zona.
Frente a lo que fue el Templo Mayor dedicado a Huitzilopochtli ya se construían los cimientos de lo que fue una primitiva catedral y muy pronto la traza fue la de una ciudad europea. Sólo quedaron las cuatro calzadas de la antigua Tenochtitlan.
(Concluirá)